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El último romántico

Vladímir Yaschenko, fallecido la semana pasada, se resistió como nadie a la invasión del 'fosbury'

Santiago Segurola

Desde hace años, corrían malas noticias sobre la precaria salud de Vladímir Yaschenko, el último saltador de altura que se resistió a aceptar el imperio del Fosbury. Se había dado al alcohol hasta desfigurar su aspecto. Pesaba más de 110 kilos y la cirrosis avanzaba al galope. Con 40 años, era un hombre destruido. Murió de segunda muerte la pasada semana. Porque murió la primera vez con 21 años, después de la segunda operación en el tendón de Aquiles. "Había conquistado el mundo y, de repente, se quedó sin nada", dice Ramón Cid, ex plusmarquista español de triple salto.Cid habla de Yaschenko con admiración y conocimiento de causa. Recuerda especialmente un lugar y una fecha: Milán, 13 de marzo de 1978, Campeonatos de Europa de pista cubierta. Acababa de terminar la prueba de triple, y Cid dirigió su mirada a Yaschenko. Nunca olvidará lo que vio: el atleta soviético batió el récord del mundo con 2,35 metros. "Pareció que se había suspendido en el aire. De todos los grandes saltadores, ninguno ha generado una sensación semejante de ingravidez, como si pudiera volar".

Alto (1,94 metros), delgado (76 kilos), muy joven y muy rubio, Yaschenko tenía un aspecto angelical. "Sólo le faltaban las alitas", comenta Ramón Cid. Pero nada le distinguía más que su calidad como saltador y su defensa de una técnica en extinción: el rodillo ventral. Hasta 1968, la primacía del rodillo no se cuestionaba. Y tampoco se discutía la superioridad del soviético Valeri Brumel, plusmarquista mundial en aquellas fechas con 2,28 metros. Un accidente de moto le había retirado de las pistas, pero Brumel y su técnica eran las referencias. Cualquier posibilidad de progresión pasaba por el rodillo ventral. Es decir, la elevación de la pierna hasta la altura del listón y el giro del cuerpo sobre la barra, como un rodillo.

En la Universidad Estatal de Oregón, un muchacho flaco tenía otras ideas. Desde los 16 años, Dick Fosbury había perfeccionado una técnica que primero mereció el rechazo, luego la condescendencia y, finalmente, el asombro. Todo comenzó en una competición escolar. Fosbury, que utilizaba la técnica de tijera, decidió girarse contra el liston, elevarse, pasar la cabeza y la espalda sobre la barra, y levantar las piernas sobre el obstáculo. Había nacido el estilo Fosbury. Otra cosa es que se lo aceptaran. Cuando llegó a la universidad, su entrenador, Berny Wagner, le prohibió saltar con su particular técnica. Le obligó a manejar el rodillo ventral. Los resultados fueron desalentadores. Con su estilo, Fosbury había conseguido saltar dos metros en 1965. Un año después, con el ventral, era incapaz de pasar de 1,80 metros. El entrenador le dio una oportunidad. Fosbury volvió a su técnica y superó los 2,01 metros.

Dos años después, consiguió contra pronóstico un puesto en el equipo olímpico estadounidense. En México 68, Fosbury hizo historia. En medio del entusiasmo general, ganó la medalla de oro con 2,24 metros, su mejor marca personal. "Nunca un cambio de técnica ha tenido un impacto mayor sobre el atletismo", afirma Cid.

Lo que se tomó como extravagancia, se convirtió en el modelo que cambió el futuro del salto de altura. Sólo algunos fundamentalistas del rodillo se resistían al dominio del Fosbury. En la Unión Soviética, todavía quedaban entrenadores que predicaban las excelencias de la vieja escuela. Yashchenko fue el último profeta. Con 18 años batió en la ciudad estadounidense de Richmond el récord mundial con 2,33 metros. Quienes le vieron en su apogeo aseguran que podía haber alcanzado los 2,40. Pero Yaschenko pagó las consecuencias de unos entrenamientos devastadores para un organismo tan joven. Cid cree que Yashenko "se comió todas las fases razonables de entrenamiento". El saltador soviético utilizaba con abundancia el sistema de pliometría, que consiste en caer desde grandes alturas y volver a elevarse hasta las mismas. "Caía desde un plinton con númerosos cajones y volvía a subir de un salto, y además lo hacía con lastres de plomo en la cintura". Esta clase de entrenamiento, que puede rendir excelentes beneficios en algunos casos, ataca sin piedad a los tendones y a la columna vertebral. Sobre un organismo joven, el peligro se multiplicaba.

Yashchenko sufrió pronto los rigores de los entrenamientos. Sufrió la rotura de un tendón, pero regresó a su mejor nivel. La segunda rotura no pudo superarla. Poco tiempo después de su hazaña en Milán, se le quebró el tendón. Contaba 20 años. No volvió a las pistas. Fue su primera muerte. Y el final de un estilo. Poco a poco comenzaron a desaparecer los especialistas de rodillo frente a la invasión de adeptos al Fosbury, un modelo que requiere de un apendizaje más natural y que tiene un rendimiento rapídisimo. La eficacia proviene de varios factores, como la mejor conversión de la velocidad longitudinal en verticalidad, pero también de un dato concluyente: un buen especialista en Fosbury puede tener su centro de gravedad hasta ocho centímetros por debajo del listón. "Es como tirar la cubierta de una rueda al aire", apunta Cid. El centro de gravedad no está en la cubierta, sino en algún punto de la corona hueca de la rueda. Eso mismo sucede en el Fosbury, con la ayuda que supone para superar mejor el listón".

El dormilón y los beneficios de la hormona del crecimiento

El soviético Yuri Tarmak fue el último campeón olímpico que utilizó la técnica de rodillo ventral. Ocurrió en 1972, cuatro años después del éxito de Fosbury en México. La extinción del rodillo es practicamente total en estos días. Tras la retirada de Yaschenko, el alemán oriental Rolf Beilschmidt mantuvo la llama frente a la hegemonía del denominado Fosbury flop.Nadie se ha elevado tanto como Yaschenko con el rodillo ventral. Sus 2,35 metros suponen diez centímetros menos que el actual récord del mundo, en poder del cubano Javier Sotomayor desde 1993. Por la progresión de Yashenko no hubiera sido extraño situarle cerca de los 2,40 metros. A pesar de su breve carrera, apenas dos temporadas entre los mejores del mundo, la figura de Yashchenko ha adquirido caracteres míticos.

Famoso por su hazañas en la pista, los especialistas se preguntaban por el secreto de su éxito. Probablemente respondía a la calidad natural de un atleta que tenía el don de los genios. Pero ya en su tiempo se hablaba de un secreto que por aquel entonces no merecía demasiadas explicaciones científicas. Como el español Yago Lamela -subcampeón del mundo de longitud-, Yashchenko era una marmota. Dormía un promedio de 14 horas diarias, con unos beneficios que sí tienen una base científica.

En edades tempranas, un gran número de horas de sueño ayuda a segregar una cantidad mayor de la hormona de crecimiento, que se libera de forma natural en el organismo. El consumo de la hormona del crecimiento está prohibido por su condición de producto dopante, puesto que porporciona más fuerza a los atletas tanto por su efecto sobre el organismo como por su utilidad para acometer entrenamientos más duros y más frecuentes.

Sin saberlo, Yashchenko se aprovechó de su afición a dormir. Tenía unas condiciones físicas espectaculares, pero la cama era su mejor aliada.

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