Perdedores arrepentidos
Un congreso en Málaga de jugadores de azar rehabilitados pone en evidencia el drama social de la ludopatía
"Son tan embusteros y lo hacen tan bien, que estuve casada con un jugador durante 24 años sin enterarme. Si hubiese tenido una amante, seguro que me doy cuenta antes". Lo dice Rosa, una malagueña de 46 años, felizmente casada en la actualidad con un jugador rehabilitado: "Antes no tenía un marido, tenía un mueble". Las personas con adicción al juego suelen ser mentirosas.También se aíslan del mundo exterior. Hasta el punto que una mujer extrovertida y alegre como Gloria, algecireña de 58 años, confiesa que cuando se convirtió en una jugadora patológica sólo dialogaba con el cajero automático, que estaba junto al bingo al que acudía a diario: "Cada vez que me hablaban, me molestaba". Durante 12 años Gloria hacía su jornada de trabajo en Telefónica y se iba de allí directamente al bingo "hasta las tres o las cuatro de la madrugada".
Además de solos y embusteros, los ludópatas se convierten en seres violentos. Lo reconoce Carlos, onubense de 59 años. "Yo nunca quise reconocer que tenía una adicción y cuando mi mujer me lo decía la cogía por el cuello y la estrellaba contra la pared". El presidente de la Federación andaluza de jugadores de azar rehabilitados, Juan Luis Suárez, granadino de 44 años, sostiene que "más de la mitad de estos enfermos han maltratado físicamente a sus parejas y un 80% de los que vienen a vernos a las asociaciones confiesan que han intentado suicidarse alguna vez".
Los jugadores patológicos son un 1,8% de la población andaluza, según un estudio de la Facultad de Psicología de la Universidad de Granada, dirigido por el profesor José María Salinas. Y más de un 4% de la población andaluza, en torno a 300.000 personas, tiene alguna dependencia de los juegos de azar. Un 40% tiene entre 17 y 25 años. Estos datos se ofrecieron ayer en Torremolinos, en la inauguración del noveno congreso de la federación, que contó con la presencia del consejero de Asuntos Sociales, Isaías Pérez Saldaña.
Una de las conclusiones de este encuentro de Málaga será una advertencia pública a "los delincuentes que quieran usar nuestras asociaciones para esconderse de sus responsabilidades ante la justicia; no queremos que nos conviertan en nidos de ratas". Juan Luis se refiere a la rebaja de uno o dos grados en la condena que los jueces conceden a quienes están siguiendo un plan de rehabilitación. Porque los jugadores patológicos también pueden convertirse en delincuentes en su afán de buscar dinero donde sea para echarlo al azar. Y esa obsesión les lleva a cometer estafas, robos, delitos fiscales...
Los bajos fondos también tiene mucho que ver con los juegos de azar. Juan Luis Suárez, que empezó con nueve años y ha jugado a todo lo imaginable, hace un retrato que parece sacado de una película en blanco y negro: "En cada provincia andaluza todos los días hay unas 200 personas que participan en las timbas de cartas de un circuito ilegal, que tiene su red de captura de jugadores. También hay una red de prestamistas, que dejan el dinero a un interés del 10% diario y si no pagas lo menos que te hacen es partirte las piernas. En Granada hace seis años detuvieron a un garrotero de este circuito acusado de cinco asesinatos".
Los jugadores patológicos son, también, unos perdedores. Gloria recuerda que "cada vez que iba al bingo, perdía lo que llevaba y cualquier premio que sacara". Perdedores arrepentidos, después de su rehabilitación en asociaciones (teléfono gratuito 900 713.525) en las que se les ayuda desinteresadamente. En este momento, en Andalucía hay 3.600 personas en tratamiento. Arrepentidos de haber perdido su dinero, pero sobre todo de haber arruinado su vida y la de su familia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.