Borges
LUIS GARCÍA MONTERO
Si todos los caminos conducen a Roma, todas las preocupaciones culturales de Borges desembocan en la literatura, en la gran literatura, ese ámbito vivo en el que coinciden por una vez el prestigioso académico y la seducción de los lectores, las búsquedas profesionales más minuciosas y la inquietud particular de una lámpara juvenil o de una tarde de otoño ciega y desencantada. El Seminario de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Granada ha dedicado a Borges unas excelentes sesiones de homenaje con motivo del centenario de su nacimiento. La multitudinaria curiosidad del público, unánime y diverso como un símbolo borgiano, ha convertido los recuerdos en acontecimientos, las nostalgias históricas en presencia viva y real de la literatura. Borges está ahí, en las bibliotecas universitarias, en las mesillas de noche de los estudiantes, en las interrogaciones de las librerías y en ese bolsillo imaginario que tenemos los lectores para guardar nuestros proyectos, las páginas que deseamos descubrir, las fábulas y los versos a los que queremos regresar.
Borges significa en el siglo XX algo así como una segunda oportunidad para la literatura. Formado en la vanguardia ultraísta, en el arrebato de las negaciones, quiso provocar una vuelta de tuerca, pasar de la destrucción romántica y modernista al viejo pacto de la creatividad literaria. Imaginó un nuevo viaje a Ítaca, en el que Ulises, cansado de prodigios, pudiera regresar a la eternidad verde y humilde de su tierra. Supo así distinguir entre el escándalo pasajero de las novedades y la originalidad profunda, el matiz personal que dialoga con la tradición en un ángulo discreto de los pacientes ríos de la vida. Borges convirtió las abstracciones en leyenda, el tiempo vago en historia personal, la literatura en un espejo capaz de facilitarle al lector la sorpresa inadvertida de su propio rostro.
Ofrecerle una segunda oportunidad a la literatura significa reivindicar la inteligencia, la necesidad de unir pensamiento y poesía, el poder conspirador de las palabras calculadas. Borges supone una magnífica lección para los jóvenes que se acercan a la literatura tanto por lo que escribió como por la manera en la que hablaba de su trabajo. Más que verdades sagradas, más que iluminaciones y arrebatos sentimentales, quiso compartir las argucias de su taller, la relojería de sus noches, la matemática disciplinada del hacedor. Borges nos devolvió al misterio y a la incertidumbre de la literatura, porque supo que el misterio y la incertidumbre no existen más allá de la realidad, que las sombras se elaboran en la página blanca, que la ambigüedad debe ser una consecuencia del cálculo literario. El que se disfrazara de poeta menor, al margen de las divinidades, para luchar por la gran literatura, no es uno de sus enigmas, sino una prueba más de su inteligencia.
Borges fue también héroe de anécdotas triviales. Sus comentarios despectivos sobre Antonio Machado o Federico García Lorca y algunas de sus declaraciones políticas demuestran que los seres más inteligentes pueden decir tonterías. Es otra de las lecciones borgianas.
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