Ayuditas
Durante toda la mañana hubo cortes de electricidad. Hasta siete veces se fue la luz y luego volvió y se fue de nuevo y así hasta siete. Mi fax imprimía una hoja cada vez con el mismo texto: "Información perdida". Guardo las siete hojas para que no todo se pierda. Los barceloneses que trabajamos en la parte alta de Balmes y pagamos a Enher o a Fecsa, si es que son dos, pasamos una mañana estupenda. Cada vez que se iba la luz yo recordaba al ministro Piqué y los billones que va a regalar a las compañías eléctricas. "¡Cráneo privilegiado!", me decía. "Que se los dé ahora mismo porque esa gente los necesita con urgencia".Entre corte y corte trataba de llamar por teléfono para entretenerme, pero salía una voz que maullaba: "Por saturación de las líneas le rogamos que llame cuando Dios quiera". Entonces recordé al ministro Piqué y con cuánto alborozo había recibido la noticia de que un puñado de directivos telefónicos se iba a embolsar cien mil millones. "¡Justo y benéfico!", pensé. "Nadie puede necesitar tanto el dinero como ellos".
Cuando a la luz se le pasó el baile de San Vito traté de leer los e-mail del ordenador pero no lo conseguí, sin duda porque soy burro. El modem pitaba unos chirridos alternados y crecientes, como si sorbiera un montón de duros con una pajita. Entonces recordé al ministro Piqué y los cuatrocientos cincuenta mil millones que va a destinar a la "sociedad de la información" que la llama. "¡Inmenso!", me dije. "A ver si se los da pronto y dejan de soltar chirridos".
Harto de mis fracasos decidí leer un periódico que yacía tristísimo sobre la mesa y leí dos noticias. La primera decía que Jordi Pujol, tras haber jurado cuatro veces que no pactaría con el PP, había pactado con el PP. Pujol ama con tal frenesí a Cataluña que no le queda nada para los catalanes, ni siquiera cuando le votan. La segunda era que el ministro Piqué, cuya declaración de Hacienda se estudia en último año de Económicas, va a ayudar al PP de Cataluña, socio de Pujol. "¡Ostras!", me dije. "¡Cómo se va a poner esto de ayuditas!". Arrojé el periódico y acudí pitando al banco para salvar las catorce mil pesetas que aún me quedaban. "Éstas no me las pillan", pensé. "Mañana me las llevo a Suiza".
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