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Neofascistas

MANUEL TALENS

En estos tiempos desmemoriados, cuando buena parte de nuestros escolares tiene problemas para saber quién era Franco y la cultura no llega más allá del conocimiento nebuloso de un nombre o de una fecha (con los que ganar dinero respondiendo preguntas en concursos televisivos), a veces surgen noticias que al menos sirven para ponernos en guardia. Me refiero a la compra de esos solares en Los Pedriches por parte de los neofascistas italianos Roberto Fiore y Massimo Morsello.

Sin embargo, la alarma con que dicha infiltración fue tratada en algunos medios nacionales me parece farisea y propia de mentes con doble moral, capaces de lanzar las campanas al vuelo ante unas cosas, mientras que toleran y justifican otras igual de deplorables.

No hay nada como el cierre en falso de una herida para que termine por supurar, y en eso Europa es maestra. El juicio de Nuremberg proclamó enfáticamente tras la segunda guerra mundial que el fascismo había muerto. Salvo en España y Portugal, una nueva era de libertad parecía haber nacido de una vez por todas en este lado del muro de Berlín. Sin embargo, la dilatada persistencia de Franco y Salazar, así como el posterior sobresalto de los coroneles en Grecia, eran una prueba fehaciente de que aquél era un triunfalismo artificial.

Desaparecidos los tres por fin, y cuando la enfermedad parecía erradicada, nos quedan esos movimientos clandestinos que llamamos neofascistas. Tienen diferente pelaje según las características propias del entorno en que actúan, ya sean ilegales -como el Núcleo Armado Revolucionario italiano, el IRA irlandés, la ETA vasca y los paramilitares asesinos de turcos en Alemania- o legales y parlamentarios, como el Front National de Jean-Marie Le Pen, en Francia. Todos ellos son xenófobos, racistas y agresivos, todos quieren reescribir la historia desde la pureza de la sangre.

Pero el problema no es que el fascismo esté regresando, sino que nunca se fue. Permanece mayormente agazapado en los despachos de la democracia burguesa, que utiliza el afán de lucro, la competitividad, la despolitización y el culto a la intrascendencia (disfrazado de progreso) como carburante para hacer avanzar el motor de su historia.

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Hoy parecen normales situaciones tan opuestas como que hombres de negocios ganen miles de millones en unas horas mientras que, al mismo tiempo, los indocumentados marroquíes sean devueltos a su miseria. Todo es tolerable en esta España de amplias tragaderas.

De acuerdo, combatamos la droga, la delincuencia, las mafias o la entrada a los neofascistas... Pero, ¿cuándo le tocará el turno a los reyes del pelotazo disfrazado de ingeniería financiera? Desde el punto de vista moral, estos dos tipejos italianos de Los Pedriches no son mucho peores que Juan Villalonga, presidente de Telefónica y triunfador ensalzado por el Gobierno y por los periódicos de su entorno.

Fiore, Morsello y Villalonga buscan lo mismo: controlar el mundo. Sus métodos, no obstante, difieren: los italianos utilizan la violencia; el amigo de Aznar, la palanca del poder; unos lucen parafernalia nazi y botas con chapas; el otro, trajes de Armani y maletín de ejecutivo. Un detalle los hermana: el golpe de las stock options es tan peligroso y neofascista como la compra de Los Pedriches.

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