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Mariscal, ¿se vuelve a liar? JULI CAPELLA

Al parecer, Javier Mariscal se ha vuelto a meter en un lío. Siguiendo su irrefrenable espíritu curioso y juguetón, esta vez se ha adentrado en las pantanosas aguas teatrales. Y no ha salido muy bien parado al decir de algunas críticas periodísticas. Lo estará pasando fatal, pero eso no es nada nuevo en su carrera. Cuando abandonó su Valencia natal para escapar de la familia que pretendía que estudiase Filosofía y letras, se las vio con el mundillo del cómic barcelonés. Fue tildado de blandengue por sus dibujos resueltos con apenas unos trazos y de simplón por unos guiones que hoy calificaríamos laudatoriamente de minimalistas y poéticos. Cuando creó el Cobi los profesionales de las mascotas se pusieron a reír. Cuando se metió en el mundo del diseño industrial fue tachado sin piedad de intrusismo, cuando presentó los Muebles Muyformales y Amorales, de payaso del mobiliario y se le negó oficiosamente siquiera un espacio propio. Pero mientras, Sottssas, ojo avizor desde Milán, lo seleccionó para ser el único representante español del mítico grupo Menphis llamado a liberar el corsé de la güte form funcionalista. Más adelante, cuando Mariscal osó exponer sus pinturas en una galería, fue calificado de excelente comiquero -entonces sí-, pero ajeno al territorio del Arte. Tampoco el mundo de la escultura le fue más propicio, sus ensayos neobarrocos o sus recomposiciones de chatarra fueron entonces admitidos como "diseños no funcionales". Pero nunca como esculturas. En el mundo del interiorismo le sucedió otro tanto, las buenas ideas siempre eran las ajenas -del arquitecto colaborador de turno- y para él quedaba el rincón peyorativo de la decoración, los dibujitos, apenas un toque personal. Mariscal también ha hecho de joyero, tipógrafo, ceramista, ilustrador, diseñador de estampados, pero nunca ha ejercido ninguna de estas profesiones. Sin embargo, cabe decir que este tipo es un genio, sin duda, no sabemos muy bien de qué, pero concentra uno de los mayores talentos creativos no sólo de nuestro país, sino del mundo entero. Suena fuerte pero es así.Ahora se ha metido de lleno en el mundo del espectáculo y una vez más saldrá trasquilado para renovar su furor inventivo. Los críticos han hecho lo que tenían que hacer, leer la obra desde el entorno teatral y criticar la osadía del advenedizo. Colors puede estar llena de errores, es una ópera prima, pero sin duda sus hallazgos merecen un reconocimiento y una defensa, aunque sea desde el bando de la creación apasionada. Por ejemplo, su arriesgada mezcla de diversas disciplinas, la novedosa introducción de la animación computadorizada, la sincronización y el ritmo, la originalidad rocambolesca en la génesis de los colores, la empatía que logra con los espectadores, pero sobre todo -y con perdón- la belleza plástica de alta calidad que te va envolviendo durante el espectáculo en un in crescendo. Con apenas unos trazos temblorosos en blanco y negro logra transportarte a un paraje intimista, y a los pocos minutos una verbena visual atiborrada te llena de vívidas emociones. Colors se vive y se disfruta desde una perspectiva teatral no convencional, pero no por ello desdeñable. Me consta que mucha gente sale del teatro emocionada, y eso no es poco. Se trata de un experimento que como todos asume riesgos, osa y fracasa, pero cuando acierta lo hace de lleno y de forma innovadora. Cuando menos no se trata de una traducción del último éxito comercial en Londres, sino de una criatura parida íntegramente en Barcelona. Desde luego, no es una obra exclusiva para niños, pero también es para ellos, que aguantan la hora y media

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