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Estrategia

VICENT FRANCH

No acabo de encontrar las pautas que permitan entender si lo que ha ocurrido en el PSPV-PSOE estos últimos años es una crisis de libro fácilmente identificable con la obra de Panebianco en la mano, o si, por el contrario, es un episodio terminal. Y digo que no entiendo, porque para que se trate de una crisis catalogada debería haberse intuido ya el final; y dilatándose este de manera tan espectacular no puedo dejar de sospechar que hay algo raro en ese desenlace que se resiste, a no ser que lo que verdaderamente prime en este galimatías sea la percepción que la propia militancia tiene de algo que entienden fundamental: que no habiendo competidores serios para captar a su electorado, la crisis, sus consecuencias, excesos y miserias puede dilatarse no importa cuanto tiempo, y sólo hasta que los errores del PP le dejen la manzana madura a los pies de sus siglas.

Supongamos, pues, que eso es lo esencial. Y hagamos memoria: La primera derrota del PSPV-PSOE se remonta a las generales del 93; entonces el PP aventajó a los socialistas en algo más de dos puntos sobre votos válidos emitidos, y ello pasó casi inadvertido porque lo realmente destacable fue la decepción del PP al no poder superar al PSOE en el global estatal ni en votos ni en escaños. Lo significativo de aquel resultado fue el hecho de que desde las generales del 89 -en que el PSPV-PSOE superó al PP en casi 15 puntos-, a las del 93, el PP saltó hacia delante para obtener después, en las europeas del 94, autonómicas y municipales del 95, 14,9 y 7 puntos, respectivamente, por encima del PSPV. La derrota autonómica del 95, con la pérdida del gobierno de la Generalitat, abrió la crisis de modo virulento; y, desde entonces, la derrota de las generales del 96 (con la pérdida del gobierno del Estado, y a 5 puntos del PP en la CV), y la reciente en europeas (a 12 puntos), autonómicas (a 14 puntos) y municipales (a 9 puntos), jalonadas con los truculentos episodios de congresos fallidos, primarias, dimisiones, repetición de errores y autismo político dan a entender que o bien no hay prisa en salir del atolladero o, simplemente, se está conscientemente a la espera de que el aparato de todos los aparatos, que a estas horas ya tiene nombre y apellidos, utilice todos los instrumentos burocráticos, las veinticuatro horas del día, el blindaje madrileño y, como los judokas, el propio impulso fallido del compañero-adversario, para acabar con la espalda del otro sobre el tatami político, procurando que todo parezca como en el noble arte del judo, donde al principio y al final de los combates es obligatorio saludarse como hermanos y es impensable que pueda haber sangre, ni que sea visible si la hubiere.

Las características de los sucesivos episodios de la pugna abierta de todos contra todos sólo se explica a mi modesto entender porque no hay a la vista ninguna posibilidad de alternativa creíble para confiarle los intereses de la sociedad progresista. De ese modo, la inversión de capital político consiste en tejer una gran tela donde vayan cayendo exhaustos de un batallar inútil los compañeros enemigos de dentro hasta que algún día el PP muera de éxito, y en la red queden las siglas, la marca talismán con un listo al frente a recoger la victoria. Pobre democracia esta donde lo previsible ni se enmienda ni lo pretende. Y si mi diagnóstico, o mi duda, son correctos, entonces, entiendo la inaudita, fría y autista coherencia de Ciscar, porque corrobora mi perplejidad y me lleva a lo cierto.

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