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Reportaje:EL PERFIL

JUAN DIEGO Un camaleón comprometido

Tereixa Constenla

caban de distinguir su trayectoria cinematográfica con el premio José Val de Omar -curiosamente el cineasta granadino al que prestó en 1994 su voz en Ojalá, José Val de Omar-, que concede la Junta de Andalucía por vez primera. Pero también podría haberse alzado con un honor homologable por su experiencia sobre las tablas. Juan Diego Ruiz (Bormujos de Aljarafe, Sevilla, 1942) comenzó como extra en programas de Televisión Española, con 18 años escasos, y se ha convertido en uno de los intérpretes más camaleónicos del cine español.Capaz de mimetizarse en cualquier papel, incluso capaz de sortear olvidos, malintencionados o no.Su militancia comunista, que duró desde finales de los sesenta hasta 1982, y su activismo sindical -fue uno de los cabecillas de la huelga de actores de 1975- le provocó numerosos quebraderos profesionales y una ruptura en la línea continuada que simbolizaba su filmografía hasta entonces.Juan Diego abandonó aquel ostracismo censor con una especie de corte de mangas: se caló la boina del Che Guevara en una película en 1976. Claro que una década después, bordaría a Franco de forma magistral en la película Dragon Rapide, dirigida por Jaime Camino e inspirada en un estudio del historiador Ian Gibson. Y con similar soltura y naturalidad encarnó la espiritualidad de San Juan de la Cruz en La noche oscura, del cineasta Carlos Saura, la mezquindad del señorito de Los años inocentes, de Mario Camus, o el fanatismo del padre Viaescusa en la adaptación cinematográfica de El rey pasmado, por la que recibió un Goya a la mejor interpretación de reparto en 1992.

Aunque comenzó en la televisión, y periódicamente ha regresado a ella (Pepe Carvalho en Buenos Aires o Historias de la puta mili), el cine y el teatro acaparan la mayoría de su actividad. En Sevilla ha representado estos días la obra El lector por horas, dirigida por José Sanchis Sinisterra. Y ha sido Teseo en el montaje Hipólito, un profesor homosexual en Testamento y premio de teatro de la Unión de Actores por su papel en No hay camino al paraíso, nena.

Un espectáculo que le generó distinciones y polémicas a partes iguales. Durante la representación de la obra en Barcelona, el actor salió a escena y, ante un centenar de personas, explicó que suspendía la función porque le debían medio millón de pesetas. La gente aplaudió y se fue. El productor de la obra, que negó la existencia de tal deuda, calificaría más tarde al actor como una persona "inestable" y "muy sensible al hecho de que el espectáculo no ha ido bien, ni de crítica, ni de público".

Inestable o no, Juan Diego sabía, aún quinceañero, hacia dónde quería caminar. A esa edad comenzó los estudios de arte dramático en el conservatorio de Sevilla, aunque luego aparece un inesperado giro en su biografía e inicia unos efímeros estudios de ingeniero agrónomo. Abandonó para volcarse en el teatro universitario. Con el grupo de la facultad de Filosofía y Letras de Sevilla debuta con la obra de Samuel Beckett, Esperando a Godot. Luego probaría a Calderón, Valle-Inclán y Kafka hasta que, a los 18 años, se plantó en Madrid para tentar la suerte. Mientras le esquivó, Juan Diego subsistió como dependiente y mató el gusanillo con grupos aficionados, como La Farándula, de las hermandades del trabajo, hasta que se estrenó como profesional en la comedia Historias de media tarde.

Ahora, con una intachable trayectoria a sus espaldas, habla de sí con humildad y sigue fiel a su compromiso. En 1998 fue uno de los andaluces que cedió su imagen a la campaña de promoción del aceite de oliva. Y recientemente abrió un paréntesis en su vida profesional para regresar a Bormujos de Aljarafe a disfrutar de sus padres: "Me di cuenta de que se me iban y quería pasar un tiempo con ellos en el que he aprendido mucho". Ahora ha vuelto a los escenarios con una actividad frenética. En la pantalla se multiplica en Yerma, Entre las piernas y París-Tombuctú y se halla en plena gira con El lector por horas, que hasta podría dar el salto a la pantalla. Juan Diego, unido a la actriz Clara Sanchis y padre de dos hijos, es de los que defienden a machamartillo la compatibilidad entre el teatro y el cine: "Si es verdad lo que vas a transmitir, las dos cosas se pueden hacer bien". "Es cuestión de cambiar el chip y encontrar una técnica que comunique sinceridad a los personajes".

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.

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