Epifenómenos retóricos
SEGUNDO BRU El actual portavoz del PP en las Cortes Valencianas, Alejandro Font de Mora, es, por lo que le tengo oído, hombre de ampulosa y quizás algo trasnochada retórica. Su manejo temerario del lenguaje y sus incursiones en los frágiles y resbaladizos terrenos propios de los ideólogos sociales parecen situarlo como aspirante a ingresar en esa tradición tan hispánica de los galenos latiniparlos y pantosóficos. Pero los vocablos rimbombantes, más allá de su eufonía y su capacidad para engalanar un discurso poseen una entidad conceptual propia que merece ser respetada a fuer de no incurrir en despropósitos enrevesados e ininteligibles. Por ello el fino paladar literario de Miguel Olivares debió quedar algo estragado, y de ello dio cumplida e irónica cuenta en su crónica que del pasado congreso del PP publicó en estas páginas, al destacar el alarde pirotécnico verbal que el portavoz parlamentario y responsable de la ponencia política popular hizo ante un embelesado auditorio, exhibiendo a guisa de ejemplo centrista y centrado la construcción por el PP de hospitales donde las habitaciones privadas son como "un epifenómeno de la ideología subyacente", según sus propias palabras. Confieso que quedé preocupado por la indudable merma de mis capacidades cognitivas e intelectivas que me impedían, por más vueltas que le diera, comprender el sentido -que debió ser inmediato y evidente para todos los delegados populares- de tan notable frase. Así es que le di mil vueltas, la rumié apelando a todo el potencial de mis pobres neuronas y nada, seguía escapándose de mi cabal aprehensión. ¿Sería una epifenomenológica sublimación de la síntesis epicéntrica entre Bergson y Hayek? ¿Quizás una críptica exaltación -"my room, my castle"- del individualismo metodológico consustancial y subyacente al paradigma económico neoclásico de la escuela de Chicago, introducida deliberadamente para que marcara sus distancias con quienes se entregan en brazos de la tercera vía de Blair, renunciando ingratamente al neoliberalismo, a sus pompas y a sus obras? Nada, la frasecita seguía en mi mente tan hermética como antes. Frustrado y desvelado me revolvía en el lecho, obsesionado, inquieto, hasta que una cierta luz se abrió camino en mi fatigado caletre: ¿Y si no fuese más que una simple e incoherente pedantería tan supina como la copa de un sicomoro, lógico resultado de quienes se dedican a intentar colmar el abismal vacío de la derecha de siempre que ahora reniega hasta de su nombre y está en busca de coartadas programáticas de quita y pon, donde el único epifenómeno es la epidérmica y epicena ideología centrista que no evita el defender, al no condenar, el golpe fascista de 1936? Arrullado por tan confortable pensamiento creí poder conciliar el sueño cuando un nuevo sobresalto me conturbó al recordar que el verboso portavoz había también afirmado que el PP debe adaptarse a los cambios "en un proceso cuasi cibernético". Me invadió una pesadilla de cyborgs populares, reconocibles no ya por la gomina y por la horrendas corbatas de Hèrmes en tonos pasteles o, peor aún, por las grises perla de maître que suele utilizar Aznar, sino por los cables y tornillos fijados en sus sienes. Conseguí al fin dormirme contando ovejas eléctricas y recordando que, como sentenció Montaigne, nadie está exento de decir necedades, el mal consiste en decirlas con gran pompa.
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