Serrat colapsó la plaza de Catalunya
Si en la primera noche de fiesta mayor el triple concierto de rock catalán abarrotó la plaza de Catalunya, en la segunda noche Joan Manuel Serrat colapsó la zona. El concierto del cantautor barcelonés estaba anunciado para las 23.00 horas, pero desde bastante antes era ya prácticamente imposible acceder al centro de la plaza. En previsión de una posible avalancha humana, los organizadores habían sonorizado incluso las zonas más alejadas del escenario y unas gigantescas pantallas de vídeo estaban preparadas para servir imágenes a los que ni siquiera podían vislumbrar un extremo del escenario. A las 23.00 horas en punto las sombras chinescas que se proyectaban sobre esas pantallas barajaron varias letras hasta conformar el nombre de Serrat y las primeras notas de los teclados de Kitflus levantaron el imaginario telón ante el entusiasmo del personal. Serrat apareció un par de minutos después vestido en tonos oscuros y atacó directamente su personal y entrañable homenaje a la ciudad de Barcelona. Era la mejor manera de comenzar un concierto que, en realidad, era tanto de la ciudad como suyo. Serrat saludó a sus conciudadanos y comenzó ya con el primer tema de su último disco, Sombras de la China. En ese momento aún era posible circular en coche por las calles que circundan la plaza, aunque el nerviosismo de algún guardia urbano hacía presagiar que las cosas no acabarían ahí. Y no acabaron. Poco a poco la riada humana fue ocupando el asfalto, en especial el del lado mar de la plaza, hasta llenarla completamente y el paso en coche se hizo imposible. Para evitar males mayores, la Guardia Urbana cortó toda circulación de vehículos motorizados por la zona -se impidió el acceso rodado a la calle de Pelai tanto desde la de Balmes a la altura de la Gran Vía como desde la plaza de la Universitat- permitiendo que el público se apretujara entre el Portal de l"Àngel y La Rambla, zona en la que la audición era magnífica y podía verse una de las enormes pantallas de vídeo. Una pareja madura comentaba en la lejanía: "Es como verlo por Barcelona Televisió, pero al aire libre". Pese al comentario, no abandonaron su lugar de privilegio. Algo de magia debía de tener el acontecimiento. Cerca de allí otro músico estaba a la misma hora provocando otro pequeño embotellamiento humano. En la avenida de la Catedral no cabía ni un alfiler para asistir a la presentación barcelonesa de Goran Bregovic. Sin duda la mayoría de la gente que se agolpaba ante el escenario desconocía hasta el nombre de Bregovic, pero la espectacularidad de su propuesta y el ritmo contagioso consiguieron que los paseantes de fiesta mayor, que son muchos, se quedaran allí anclados. Cuatro cantantes búlgaras ataviadas con trajes folclóricos, una sección de metales, una orquesta de cámara y un amplio coro, su Banda para Bodas y Funerales al completo, secundaban los devaneos de Bregovic por esa música suya terriblemente mestiza que parte de las melodías gitanas de los Balcanes para llegar a cualquier lugar imaginable. Los temas de las películas de Emil Kusturika y Patrice Chéreau formaron el núcleo central de su multitudinario concierto. Fue un toque de curiosa modernidad para la fiesta mayor de Barcelona.
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