Espejismo
Mi nombre es Mariano Álvarez del Peral, pero todos me llaman Manzano porque parezco una fotocopia del alcalde de Madrid. Mal que me pese, tengo casi su misma edad, rizos parecidos, la misma marca de gomina, idéntica sonrisa arrebatadora, similar propensión al cante y el jolgorio. La verdad es que por dentro somos bien dispares: practico el agnosticismo, mantengo tensas relaciones con el clero, no sé bailar el chotis y soy razonablemente colorado (de joven era rojo). En resumen, mi vida es, a veces, un tormento dual. Jamás lo hubiera sospechado, pero muchos días me da la impresión de que el alcalde se ha adueñado de mi alma pecadora. Vivo en perenne delirio. He tenido que eliminar de mi casa todos los espejos porque me sacan de mis casillas. Me he sorprendido en varias ocasiones increpando al espejo como un estólido. Estoy seguro también de que el espejo me riñe y recrimina. Pero eso no es nada; al fin y al cabo, los diálogos especulares suelen realizarse en la intimidad. Lo peor es cuando salgo a la calle: hay gente que me insulta en la vía pública y en los mercados; otros me aplauden y jalean; me piden autógrafos, favores y consejos para las cuestiones más variopintas. Mi vida cotidiana ha quedado desbaratada, acaso de forma irreversible. Me encanta salir a tomar cañas al anochecer, pero he tenido que prescindir de esta costumbre porque me convierto en el hazmerreír del barrio (Maravillas). Los niños, los perros y los guasones la toman conmigo. Hay señoras que me obligan a retratarme con ellas en los supermercados. Total, que me estoy convirtiendo en un monje de clausura.
Poco a poco, el síndrome de Estocolmo está haciendo estragos en mi talante. Sueño con inaugurar túneles, presidir actos, acudir a procesiones y alojar en mi domicilio al general Pinochet. No sé cómo voy a acabar.
El otro día pasaba junto a la estatua de La Violetera. Tres jóvenes me increparon; un grupo de ancianos me vitoreó. Se enzarzaron. Llegaron los municipales y la policía. Disolvieron a los amotinados y a mí me depositaron en la Casa de la Villa. Cualquier día perpetro un desatino.
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