_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Culebrillas estivales

JAVIER MINA Dios creó la serpiente. Con el tiempo evolucionaría hasta convertirse en la de verano. La de éste se llama Gil y algo -¿tal vez Ceuta y Melilla?-, algo que lleva camino de bestseller de Mario Puzzo con sus cambios de chaqueta, sus fondos de reptiles y esa ingenuidad de colegiala con que los dos primeros partidos del país se han caído del guindo. Pero como aquí no nos interesan los subproduc-tos sino las grandes causas, nos ocuparemos de la serpiente a secas. O sea, de su veneno. Cuando los creacionistas americanos -ya por ese nombre no deberían de merecer el menor crédito- borran el bing bang del horizonte de la ciencia arguyendo que allí no hubo ningún testigo que pudiera contarlo, olvidan que tampoco el Génesis menciona ninguno. Mejor dicho omiten que al principio sólo estaba Dios con su soledad apenas distraída por la separación de la luz y las tinieblas y esas otras tonterías con que un amante de la pluma bastante posterior imaginó que podría fabricarse el mundo. Porque, vamos a ver, ¿quién nos retransmitió el primer dramón de la historia? ¿Adán o Eva? ¿La serpiente quizás? Con lo que se demuestra que a los simpáticos creacionistas no les interesa un pimiento que el hombre descienda del orangután sino acreditar la Biblia para poder así extraerle toda la molla antiguotestamentaria y acabar lapidando a las adúlteras en la plaza pública. Y ahí quería llegar; bueno, a las pedradas no, porque la ciencia tampoco nos aporta ningún consuelo. Al menos moral. No, no se trata de imaginar qué clase de principios éticos pudieran derivarse de un universo que nace de una explosión ni si detrás de la moral del superhombre late el gorila que todos llevamos dentro, no, la cosa es mucho más sencilla. Según cierto estudio realizado en Alemania, el 80% de quienes mueren poseídos por aquella fuerza cósmica que Wilhelm Reich -otro moralista pero a contrapelo- creyó detectar en el orgasmo son adúlteros. Como no parece probable que adulterar, o cometer adulterio, si prefieren, lleve implícita una debilidad del corazón cabe suponer que los encuentros ilegítimos conllevan ma-yor fogosidad, de donde pueden resultar más peligrosos que la ruleta rusa. ¿Merecerá entonces la pena arriesgarse a la ignominia pública y a los castigos del infierno por unos instantes de placer furtivo? No sé si el estudio alemán será extrapolable a poblaciones donde se coma menos tocino, pero resulta bastante preocupante que la ciencia y la superchería se alíen para predicar la misma moral del castigo. Porque la infidelidad no debería depender de que a uno le dé un patatús con mucha lacha; como tampoco la gula de que haya pollos belgas o la templanza de que se fabrique vino sin uva y haya matarratas de garrafón, ni las relaciones humanas de quién la tiene más gorda ( ¡el arma, caramba!), o el acceso a la tierra prometida de la hundibilidad de las pateras. Más vale que nos queda la política. En su vertiente mejor, la demagogia, porque ahí tenemos a dos de los mayores demagogos elevados a profesores de moral. Uno, Chávez, por añadir a los tradicionales poderes del Estado dos más: el electoral y el moral. El otro, Gil y Ceuta, porque andando como anda con maletines de aquí para allá sería muy raro que no llevara en uno la conciencia, como hacía el gran Ubú a quien de hecho se parece, y no sólo físicamente en su configuración de montón de carne sino por sus aires de matasiete, sus modos trapisondistas y su ansia de poder. Cuando Ubú necesitaba consejo moral abría la maleta, consultaba con su conciencia y, una vez cumplido el trámite, volvía a encerrarla para que no viera que se disponía a obrar como le viniera en gana. Respecto a Chávez, no puedo sino congratularme por las maravillas que encerrará una moral dictada en los consejos de ministros y en los patios de cuartel. ¿Nos echarían del Edén por seguir a una serpiente u otra? Sólo sé que una víbora peor ya dejó advertido: "Los sabios de todos los tiempos dijeron lo mismo siempre, y los necios, es decir la inmensa mayo-ría, hicieron siempre lo mismo: lo contrario de lo dicho por los primeros".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_