_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Debatir: las formas y el fondo JOAN B. CULLA I CLARÀ

Lo admito: me equivoqué. Yo creía que cuando lo que se debate públicamente no son conductas personales, sino opiniones, puntos de vista o posicionamientos que -además- no tienen un carácter estrictamente individual, era lícito y hasta saludable no señalar con el nombre al contraopinante, evitando así entrar en alusiones ad hominem y rebajando un poco la agresividad que toda polémica comporta. Mi intención no era en absoluto menospreciar a ilustres articulistas, y tampoco eludir sus posibles réplicas; pretendía apenas despersonalizar en lo posible las discusiones. Pues bien, ha sido un error. En pocos días, mis buenos amigos y colegas de página Francesc de Carreras y Antoni Puigverd se han manifestado -públicamente uno, de forma privada el otro- molestos y dolidos por la manera un tanto elíptica que escogí para discrepar de sus tesis respectivas. Queda entendido, y ambos tienen mis disculpas. Y puesto que el profesor De Carreras muestra su preferencia por esa forma de cuerpo a cuerpo dialéctico que pasa por citar ocho o diez veces en dos folios el apellido de aquel a quien se replica, vamos a tratar de complacerle. En 1990 ante la crisis del Golfo, en 1999 ante la crisis de Kosovo, Francesc de Carreras ha mantenido una posición coherente, invariable: en uno y otro caso estuvo en contra de las coaliciones militares encabezadas -¡horror!- por Estados Unidos, y ha considerado inútiles, ilegítimas e injustificadas las guerras llevadas a cabo para expulsar tanto a las tropas iraquíes de Kuwait como a las fuerzas serbias de Kosovo. Lástima que, hace nueve años igual que ahora, a mi estimado compañero de claustro universitario se le olvide explicar de qué otra forma se podía conseguir el restablecimiento de la soberanía kuwaití y el desenvolvimiento seguro de la comunidad albanokosovar en su propia tierra. ¿Tal vez a base de rogativas y novenas? De cualquier modo, lo más complicado de la tenaz postura de De Carreras es cómo justificarla con argumentos dignos de él. Porque es evidente que el ilustre catedrático no puede recurrir al antiamericanismo primario del que alardean algunos voceros paleoizquierdistas, y sería un insulto a su inteligencia esperar que hiciese una apología explícita y frontal de gobernantes de la catadura de Sadam Husein o Slobodan Milosevic. Así, pues, su táctica tiene dos facetas: la primera consiste en condenar proforma el Anschluss de Kuwait o la represión antialbanesa en Kosovo, pero invocando acto seguido tal cúmulo de circunstancias atenuantes, hallándole al agresor tantas disculpas -en un caso la "brutal desigualdad económica" entre Irak y Kuwait, la artificialidad del emirato, la necesidad iraquí de abrirse una salida al mar..., en el otro las responsabilidades externas en la muerte de la Yugoslavia titista, la imprevisión de la OTAN, la provocadora actividad armada de la UCK...- que, en último término, la condena inicial queda diluida y neutralizada. La segunda faceta estriba en subrayar que la movilización occidental, tanto en el Golfo como en los Balcanes, no obedecía a un impulso filantrópico ni a un angélico afán por defender el bien frente al mal -lo cual es una pura obviedad-, que el planeta está lleno de agravios al derecho internacional y a los derechos humanos -otra triste evidencia- y que si unos suscitan intervenciones militares y otros no, ello se debe a que tanto Kuwait como Kosovo han sido meras excusas, coartadas de ocultos y vastísimos intereses: el control de la producción petrolera, las disposiciones geoestratégicas de la superpotencia única, el neocolonialismo, el neoliberalismo, la confrontación Norte-Sur, el desarrollo del complejo militar-industrial yanqui, etcétera. Y, claro, cuando el análisis y las implicaciones alcanzan estas alturas y estas complejidades, ¿qué importancia tienen ya los criminales desmanes de Sadam o de Milosevic, las fosas comunes en Kosovo y las familias enteras asfixiadas en el Kurdistán iraquí? En su enérgico artículo del pasado día 15, Francesc de Carreras me acusa de tergiversador y de falsario por haber afirmado, entre otras cosas, que él defendió a Sadam Husein en el momento de la invasión de Kuwait. Y bien, para que los lectores puedan juzgar, transcribiré literalmente las palabras que el aguerrido polemista dedicaba, el 20 de agosto de 1990, al dictador de Bagdad: "Sadam Husein y los árabes que le apoyan tienen poderosas razones para hacer lo que han hecho. Y estas razones no son las propias de un energúmeno ávido de poder, sino de un muy hábil político que, desde su mundo cultural, defiende los intereses de su pueblo y, en cualquier caso, constituye ya desde hoy un eslabón más en la histórica y a menudo desgraciada lucha de los pueblos por alcanzar niveles mínimos de dignidad humana (sic)". ¿He escrito más arriba que, de Kuwait a Kosovo, las tesis del profesor De Carreras han permanecido incólumes, invariables? Me apresuro a rectificar: de momento, no conozco ningún texto suyo donde se califique a Milosevic de muy hábil político, defensor de los intereses del pueblo serbio y paladín de la lucha por la dignidad humana. Después de nueve años, algo vamos ganando.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_