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Meditación de resaca

Sacar de unas elecciones consecuencias que vayan más allá de sus estrictos resultados es siempre arriesgado y nada hay más engañoso que comparar unas elecciones con otras, ya porque respondan a distintos planteamientos -verbigracia, las municipales de junio con las autonómicas de octubre-, ya porque se inserten en diferentes ciclos -verbigracia, las municipales de hoy con las de hace cuatro años-. Sin embargo, al margen de una u otra tendencia, las elecciones pueden revelar, y tal es el caso del 13-J, configuraciones de poder. Así, por ejemplo, es evidente el asentamiento, a mi juicio definitivo, de los grandes partidos PP y PSOE y la capacidad de recuperación de este último, tanto cuantitativamente, y no precisamente en su momento más feliz, como cualitativamente, en las ciudades medias cuyo electorado parecía haberse pasado al PP. Una tendencia que el declive de IU y la decantación definitiva del electorado izquierdista, hoy abstencionista, no hará sino intensificar. El PP mantiene un liderazgo que le permite confiar, razonablemente, en ganar las próximas elecciones y despedirse de una mayoría no ya absoluta, sino "suficiente". Ello obligará a quien pretenda mandar la próxima legislatura a prestar especial atención a lo que el presidente Pujol ha denominado "llave de la gobernabilidad". Pero la efectividad de esta llave pende no sólo del número de diputados nacionalistas en las Cortes, sino en quién ocupe la Generalitat. Difícilmente los nacionalistas fuera del Gobierno autonómico encontrarán razones suficientes para ser aliados del PP en Madrid.

No menos importante es el fracaso de las vías intermedias, como han revelado en Asturias y Cantabria las empresas de sus dos ex presidentes, Marqués y Hormaechea, e incluso en Navarra la de CDN. Pero, también, la perdurabilidad de cuantos movimientos alcanzan un cierto nivel de poder y la peligrosidad de hacer con ellos las brujerías del aprendiz. El caso más patente es el PA, en cuya génesis hubo una intención antisocialista de UCD y hoy se ha convertido, en gran medida, en rehén y aliado del PSOE en la autonomía tanto como en los municipios. La deglución de Unión Valenciana por parte del PP ha sido, en este caso, un éxito muy notable que pone coto a peligrosas inversiones de alianzas, si bien puede llevar a engrosar el "bloque" nacionalista de tendencia izquierdista.

En el Estado de las autonomías las instituciones tienen un doble efecto sobre el mapa político. De una parte territorializan el poder de los partidos creando baronías que difícilmente pueden compensar el poder del aparato central y que sirven, además, de acceso privilegiado hasta él. Gallardón y Bono son los máximos, pero no únicos ejemplos, en el PP y el PSOE, respectivamente. Con ellos deberá contar más y más la dirección nacional si quiere de verdad dirigir. Por otro lado, la política autonómica facilita la creación de partidos autonómicos. Pero la habilidad del artista -y el político debiera serlo- no consiste en destacar los defectos de la materia prima, sino en saber eliminarlos. Éste no es, sin duda, el caso del BNG, que responde a un galleguismo muy profundo semejante al caldo de cultivo de los nacionalismos históricos. Pero sí el de los diferentes regionalismos que han obtenido posiciones clave en Baleares, Aragón, Cantabria y sobre todo Canarias, donde el pacto de Gobierno de centro-derecha está nutriendo a quien será el principal adversario del PP en el archipiélago. ¡Extraña estrategia la de enfrentarse con los nacionalismos "inevitables" y contribuir a gestar uno nuevo en lo que fue tierra de elección de UCD!

Por último, el GIL, triunfador allí donde se ha presentado, revela la pujante aparición de fuerzas antisistema. Tan disparatado es utilizarla tácticamente contra el rival, porque a medio plazo daña el sistema y a largo nadie sabe a quién va de verdad a favorecer, como tratar de eliminarla por las bravas, ya directa, ya indirectamente. Un sistema que confía en sí mismo debe ser capaz de generar una mejor opción para el electorado, que, sólo carente de ella, se deja seducir por el populismo.

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