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CICLISMO Tour

El enemigo ha llegado al Tour

Richard Virenque mantiene, a su pesar, una relación esquizofrénica con la carrera que le hizo grande

Richard Virenque es un ciclista con tratamiento de enemigo público número uno del ciclismo. Nunca este deporte tan amante de las leyendas, la tradición y los mitos, nunca ningún deporte, creó un héroe negativo. Nunca hubo necesidad de fabricar un personaje que encarnara el mal, con cuernos y rabo. Tampoco, es verdad, nunca se había embarcado el ciclismo, tampoco ningún deporte, en una campaña tan maniquea y unívoca como la que se desarrolla ahora contra el dopaje, la gran peste. Ni siquiera el atleta Ben Johnson, el gran tramposo: el canadiense se retiró de la escena tras su caída; Virenque, el testarudo, sigue, se ha empeñado en seguir. Duro camino. Indeseado, indeseable para los dueños del Tour, Virenque, un ciclista limitado, pero un ídolo creado por el propio Tour, aterrizó en la grande boucle y al poco rato pudo darse cuenta de lo que significa ser el malo oficial de la película. Preparado parecía que llegaba: hasta vestía de negro, como un pistolero del oeste. Pura fachada. Hay detalles que traicionan. "Iba perdido cuando desembarcó en el aeropuerto de Nantes", cuenta uno de su equipo. "Miraba y no veía. Nunca le he visto así". En el aeropuerto, paparazzi, como si fuera una estrella del escándalo.

Al día siguiente, cuando el reconocimiento médico, lo mismo. Suena un teléfono móvil. Es el de un periodista francés que le da un grito al corredor. Una seña. Le entrega el teléfono. Virenque desaparece en la roulotte del Polti, su equipo, a hablar. "Tiene su teléfono intervenido por la policía y tiene que usar este sistema para hablar con los suyos", cuentan. "Contaba él que cuando le llamaron a declarar por el caso del doctor Mabuse, lo primero que hizo la policía fue ponerle a escuchar grabaciones de sus conversaciones telefónicas".

Más ingredientes para su paranoia. Su equipo va a contratar a una persona para que a modo de guardaespaldas vigile que nadie le tienda una trampa, le cambie el bidón de la bebida y le ponga en su lugar algún producto prohibido, le introduzca en la habitación jeringuillas usadas o cosas así. Es un hombre acosado, les gusta decir a los suyos. Una víctima.

Eso le gusta pensar de sí mismo a Richard Virenque, hasta hace poco tiempo el hombre más querido del deporte francés, el más admirado por su tenacidad, por su coraje, por su gusto por la ofensiva, solo contra todos en el pelotón, en la carretera. Ahora, otra vez solo, contra todos, contra el pensamiento dominante, fuera de la carretera, sólo le vale para ser el más odiado para unos cuantos, para los que ven en su negativa a admitir sus pecados de dopaje, a hacer un acto de contrición, a pedir perdón públicamente, un freno en la lucha contra el dopaje, un no reconocer que tiene que haber un después tras aquel antes.

¿Qué busca Virenque? ¿Por qué no admite lo que todo el mundo sabe, lo que las pruebas dicen, lo que el fiscal le achaca? ¿Adónde quiere llegar? "Es un cabezota", dice un amigo suyo, periodista, al único periodista francés al que habla. "Desde el momento en que decidió seguir y no colgar la bicicleta está preparado para todo, sobre todo para probar que es un gran corredor, para demostrar a su patrón, Franco Polti, que no se ha equivocado fichándolo, para dar gusto al público". Y se regocija contando que en los tres controles de hematocrito del pasado Giro siempre rondó la raya del 40%.

El público, la afición, el motivo de existencia de un hombre que entiende el ciclismo como exhibición. "El Tour me creó y el Tour me ha destruido", reflexiona a menudo el francés. El Tour es Francia, es los franceses del borde de la carretera. "Ellos, la afición, son la verdadera fuerza que le empuja ahora contra todas las dificultades", dicen los suyos. "También está su familia, su mujer, sus hijas, su hermano, pero sobre todo las cartas y cartas que recibe a diario, las muestras de afecto. Porque, y esto lo saben todos, la afición no le condena por la sencilla razón de que piensa que él no es el único que ha recurrido al dopaje, que Virenque ha sido simplemente uno más. Están más que nunca con él. No comprenden este encarnizamiento".

Meta de la contrarreloj. El día está un poco frío. Como el público, que parece indiferente mientras pasan españoles, suizos, kazajos, rusos, británicos, italianos y hasta franceses. Ninguno les emociona, ni para bien ni para mal. Hasta que llega Virenque. El único que recibe aplausos calurosos. Pero sin pasarse. Con algún pitido también.

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