LA CRÓNICA Los niños perdidos GUILLEM MARTÍNEZ
El país de nunca jamás. Los internos olían a rayos. A menudo tenían una biografía extraña, condensada en tan sólo siete años de vida. Como Vicente, un chaval muy reservado, que respondía por el mote de El Viejo. Se trataba de un mote violentamente certero. Le mirabas a la cara y, sin saber lo que era el concepto puer senex, sabías que El Viejo era un puer senex. Le faltaba una pierna. Su madre le había arrojado a la vía del tren. Nunca jugaba con nosotros a fútbol. Un día lo hizo. Marcó un gol. Con sólo una pierna, como todo el mundo, y fue el niño-viejo más feliz del mundo. Bueno. Los internos lo pasaban mal. Los internos tenían sus héroes. Los héroes eran otros niños que dejaban de pasarlo mal. Como por ejemplo el Gali y el Rubio. Eran mayores que yo. Estudiarían octavo cuando a mí me aplicaban cuarto. Se escaparon. Estuvieron en paradero desconocido durante unos meses. Corrió el rumor visual de que estaban en algún pueblo con playas y tías estupendas. Al final, los trajo la Guardia Civil. Iban esposados y traían la cara hecha un mapa. Luego desaparecieron. Me hubiera gustado darles la mano. Pero en la vida es difícil coincidir con algún niño perdido. Recientemente he conocido a uno: Jaume, compañero en este su diario amigo. Trabaja en cuestiones de informática. Sabe tanto de informática que cualquier día Bill Gates lo asesina. Quedo para hablar con Jaume del día en que fue un niño perdido. In the navy. Jaume iba a un internado. De curas. En mitad del bosque. Se pasó allí tres cursos. La historia que ahora les cuento ocurrió, por supuesto, el último curso. El internado era eso, un sitio aburrido y tétrico, más aún por la noche, cuando dormías junto a 60 críos más. Te sentías solo y abandonado, sobre todo si te meabas en la cama. No obstante, también te lo pasabas bien. En el dormitorio, de noche, escuchaban el tema Je t"aime en el comediscos de Brotons, que lo alquilaba a cambio de cachos de plastilina. La plastilina era la moneda oficial del internado. Y aquí es preciso señalar que el deporte nacional del internado eran las carreras de coches de plastilina en el tobogán, disciplina en la que Jaume brilló con luz propia tras descubrir que los coches pesados corrían más que los ligeros. Otra actividad nocturna eran los torneos de cubicaje. Se hacían pajas, las guardaban en tubos de puros y ganaba el que conseguía mayor cubicaje. Jaume no se comía un quiqui; no así Brotons, el del comediscos, cuyo cubicaje era el propio de un deportivo rojo. Sea como sea, un día Brotons tuvo la idea de escaparse de aquel sitio. El primero en apuntarse al plan fue Jaume. El plan. De hecho fue el único que se apuntó al plan tras conocer el Plan de Fuga Brotons. Era un plan sencillo. Tan sencillo que, sin más, consistía en coger e irse. Lo divertido fueron las semanas previas. Cada lunes volvían al internado con atrezo de fuga. Una linterna. Una mochila. Una navaja. El día de autos cenaron. Subieron al dormitorio. Estaban excitados. La excitación se extendió por todo el dormitorio. La fuga de aquellos dos críos era la fuga de todos los críos. Y cada uno de los críos les dio lo que había mangado en la cena. Trozos de chorizo y quesitos. Salieron por una ventana. Llegaron al porche. Bajaron al patio. Cruzaron otro patio. Llegaron al bosque. Empezaba la gran carrera hacia la libertad. La gran evasión. "Comenzamos a caminar por el bosque de pinos, de manera un tanto penosa". "Íbamos cagados, muy juntos, detrás de la linterna de Brotons". "Debajo de un pino nos tomamos los chorizos". "A las dos o las tres de la madrugada, estabamos cansadísimos. Nos quedamos fritos". "Nos despertó la Guardia Civil". "Yo, francamente, me sentí salvado". "Nos llevaron en jeep al cole, donde el dire y el padre tutor nos dieron para el pelo". "Los compañeros nos recibieron como a héroes". La libertad y sus héroes. "No he olvidado aquella noche. Fue mágica. Sentías el heroísmo y la libertad. El heroísmo ante ti mismo; quiero decir, una sensación que te va naciendo mientras vas viendo que tienes huevos para hacer lo que haces". "¿El momento en el que he sentido más libertad en mi vida? No. Supongo que fue otro. Supongo que empecé a sentir la libertad cuando empecé a ejercerla, es decir, cuando empecé a tomar decisiones". "Supongo que las primeras decisiones que ejercí fue ante mujeres". Que, a su vez, es otro tema. Hasta otra, amiguitos.
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