Nada pasa en el "Titanic"

En su condición de máquina trituradora, el Madrid agota a una velocidad de vértigo todos los plazos. Los éxitos le valen por un día; las crisis, también. Nada le alcanza para la satisfacción tranquila, ni para las decisiones de largo aliento. En el último año, el club se desprendió en el mínimo tiempo posible del capital que supuso la conquista de la Copa de Europa. Esta dinámica se ha llevado por delante a entrenadores, jugadores y directivos. Vienen y van, sin que nadie les fije en la foto. No hay tiempo ni sentido para la perspectiva, para reflexionar sobre el destino del club, sometido a tensiones de todo tipo. Por su magnitud, la última crisis daba para pensar en un seísmo entre el madridismo. El diseñador gráfico Alberto Corazón así lo esperaba. "Sobre todo, es una crisis de identidad. Probablemente sea muy saludable si se maneja bien, porque representaría la oportunidad de plantear y acordar qué cosa es ésa de ser del Madrid. Directiva y oposición se creen los actores de una obra en la que continuamente se pisan los papeles. Quizá sea el momento de una dimisión colectiva y de la esperanza en la llegada de una candidatura nueva y sensible a los verdaderos problemas del club".
Sin embargo, la crisis ha terminado por convertirse en un asunto de familias dentro de la directiva, una cosa bien pequeña en comparación con el tamaño de los problemas que han salido a la luz. Ni los fracasos dejan verdadera huella. Se olvidan en el plazo de una semana. En la masa social no hay señales de rebeldía ante una situación que se antoja muy grave. Y la oposición prefiere moverse tras las bambalinas, con demasiado sentido táctico como para hacerla creíble. La sensación es que por mucho que pase, nunca pasa nada en el Madrid. Mientras tanto, este formidable Titanic se va dejando cada día el casco por el camino.
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