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A propósito de un sondeo de identidad LLUÍS IZQUIERDO

Aspirar a la apostura y lúcida perplejidad de Cary Grant (ayer vi Con la muerte en los talones) debe de ser achaque de muy madurito, pero durante 136 minutos me sentí rejuvenecer. Imposible aproximarse a 55 años tan adolescentes, pero comprendo que ciertas formas de inmadurez como la suya equivalen a una posible forma de la sabiduría. ¿Cuál? Bueno, en primer lugar, la de reconocer que las cosas se le echan a uno encima, sin que pueda hacer demasiado por dominarlas. Y luego la de constatar que la experiencia de nada sirve si la realidad no contribuye a la posibilidad de ejercitarla. Me siento rejuvenecer, signo inequívoco de que ya jamás seré joven, porque según un estudio de la Generalitat, uno de cada tres jóvenes catalanes no se identifica con ningún partido político. Espero que los titulares de la página 5 de EL PAÍS Cataluña (martes 1 de junio) no sean, por ajustados a la verdad, demasiado ofensivos. Confío en que la publicación de tales datos no acarree la condena de la juventud en las personas de su secretaría general. Y temo que no preocupen en absoluto tan alarmantes porcentajes de desidia política a la Generalitat de nuestra identidad: tan depositaria es de ella que a menudo parece tenerla en depósito. Pero lo peor es que tampoco preocupen a los no tan depositarios. Los partidos políticos interesan sobre todo a quienes viven de integrar tales partidos políticos. Convendría no ya que se dieran cuenta -de sobras lo saben y de ahí que a la representatividad de algunos idóneos prefieran en las listas el glamour de las estrellas fugaces-, sino que lo acreditaran apostando por algunas, sólo algunas, de las verdades elementales que parecían configurar sus señas de identidad. No es fácil, cierto, dentro de la jungla mediática que nos envuelve, y a ellos más, que por eso la pagan, pero por lo menos podríamos asistir al esplendor rotundo del fracaso, a su elocuencia magna. Pues al confesar lo que va de ayer a hoy, al revelarse en el espejo de quién te ha visto y quién te ve (o sombra de lo que eras, como dijo el poeta), la infidelidad general de todos los partidos a aquellos ensueños a escape de los grises de febrero de 1976 y su asentimiento locuaz a las mieles de morir de éxito, confirmaría que la democracia es una quimera a cuya altura no saben estar. Como gran parte del mundo, por lo demás. (Acudan pronto, porque es una pirueta excesiva, pero acudan a ver la película Bulworth). La renovación urgente, si no absoluta, se impondría y, de veras entonces, los políticos nos darían la impresión de merecer el sueldo que, hoy por hoy, se ganan -tan bajo está el testimonio- sin alardes siquiera de retórica. Con los años, las letras bailan juguetonas y se me permutan insidiosas y sarcásticas. El estudio de la Generalitat afirma que un 13,4% de mis paisanos jóvenes tiene simpatía por el PSC y un 10,4% por CiU. Algo parecido había oído por la radio. La clave de todo está en un guiño de las letras. En efecto, el párrafo tercero comenta que el sondeo de opinión se realizó entre 2.000 jóvenes de 15 a 29 años, residentes y censados en Cataluña. Pues bien, al recorrer tal afrenta informativa (¿cómo es posible que, después de tanta norma, esté CiU cuatro puntos por debajo del PSC?), lo que leí fue residentes y cansados de Cataluña. Ipso facto, he acudido al oftalmólogo, pero éste me ha remitido al psiquiatra, que a su vez me ha recomendado un teólogo, quien finalmente me ha dejado en manos de un terapeuta para recuperar el sistema muscular conjunto y prevenir algún que otro encontronazo futuro. Si miran la cosa con tranquilidad, y no hace falta mayor perspicacia, verán que a los jóvenes les preocupa la falta de trabajo. Es la gran cuestión, la madre del cordero, la mare dels ous. Eso es lo que hay, y lo demás es de una sensatez que para mí quisiera. En 1990, el 37,1% de los jóvenes catalanes se sentían sólo catalanes; ahora, sólo un 16,4%. Tan catalanes como españoles se consideran (eran un

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