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Molins contra CiU ORIOL BOHIGAS

Durante esta campaña electoral tan poco apasionante, a veces perdida en delicuescencias verbales, he leído y he escuchado repetidas veces las intervenciones del candidato Molins, conspicuo convergente, que me han parecido casi siempre de escaso contenido programático. La escasez de contenido no es una anormalidad demasiado sobresaliente dado el escenario político en el que nos movemos. Lo sobresaliente es la serie de acusaciones a los gobiernos socialistas del Ayuntamiento de Barcelona, unas acusaciones que, dada la ausencia de programa, se pueden interpretar como un programa propio en negativo. Y lo sorprendente es que casi todas sus críticas se refieran a temas de los que tiene que sentirse responsable la Generalitat, gobernada por una coalición de su partido. Cuando critica defectos estructurales en la evolución y el progreso de la ciudad, tendría que recordar que todos ellos provienen de una catastrófica decisión de la Generalitat: la supresión de la Corporación Metropolitana, el único instrumento con el que se podía administrar la ciudad real, que no es la Barcelona estricta, sino, por lo menos, el conjunto de los 27 municipios próximos. Es un error muy grave que no ha habido manera de corregirlo en la Carta Municipal. Reconozco las razones que tuvo la Generalitat para tomar esta decisión unilateral: el peso demográfico y económico del Área -la mitad de Cataluña- que la convertía en un poder contrapuesto demasiado fuerte en manos de los socialistas. Pero el daño ha sido gravísimo porque se ha perdido un equilibrio indispensable para entender y resolver los problemas de Barcelona en la debida escala territorial. Cuando Molins habla de una pérdida de población, por ejemplo, lo plantea como un desastre y no como un hecho relativamente positivo porque no considera la deseable homogeneización demográfica y económica de lo que realmente es la conurbación barcelonesa. Cuando critica los problemas del tránsito y la insuficiencia de transporte público, olvida que la solución sólo puede ser la ampliación de la red de metro de la cual es responsable económicamente la Generalitat. Los sucesivos ayuntamientos han solicitado muchas veces esas ampliaciones y ha sido la Generalitat quien ha puesto infinitas cortapisas, excusas enmascaradas en polémicas técnicas. Mientras en Barcelona se construían 14 kilómetros de metro, en Madrid se inauguraban 50 kilómetros. Cuando plantea la necesidad urgente de grandes infraestructuras, no debe tener en cuenta que las más importantes son el aeropuerto y el tren de alta velocidad, respecto a las cuales la Generalitat ha mantenido y mantiene un sinfín de ambigüedades, incluso -por más inri- durante el periodo en que Molins era consejero de Política Territorial y Obras Públicas. El Ayuntamiento ha hecho todo lo que podía dentro de su ámbito administrativo. Pero, ¿es que Molins cree que el Ayuntamiento puede resolver un tema de tanta envergadura territorial y de tan gran alcance económico, situado, además, fuera de sus competencias? Molins habla poco de educación y cultura. No sé si es porque el tema no le interesa y no lo considera electoralmente cuantificable o porque tiene mala conciencia de los fallos de la Generalitat, que en estos temas disfruta de competencias exclusivas. Las deficiencias en enseñanza pública no se han resuelto construyendo las necesarias escuelas, sino privatizando o aceptando la privatización del 60% de la enseñanza en Barcelona, con subvenciones que alcanzan un elevado porcentaje en el presupuesto del sector y que se reducen del capítulo de la escuela pública. En cuanto a cultura, no hay discusión posible. No creo que ningún Ayuntamiento del mundo mantenga a sus expensas una docena de museos, con nula o escasa participación del gobierno, mientras este mismo gobierno cierra durante años el Museo Nacional de Arte de Cataluña, arguyendo insuficiencias económicas que en realidad son desprecios y desganas ante un hecho cultural de tanta envergadura. Respecto a la falta de viviendas económicas, ¿no tiene en ello también la Generalitat unas competencias muy propias, unas competencias que ejercita mal e insuficientemente con tristes proyectos y pésimos presupuestos? Lo más sorprendente es que alguna vez Molins ha dicho que Cataluña necesita una capital con más empuje que adopte un liderazgo más contundente. Habla incluso de la "marxa adormida de la ciutat" mientras Cataluña va adelante. No sé si se trata de una simple mentira electoral o de un desconocimiento absoluto de la realidad. Si Cataluña empieza a ser conocida en el mundo es porque su capital, Barcelona, ha conquistado por su cuenta y riesgo un prestigio internacional. Y no sólo Barcelona, sino otros municipios donde los alcaldes de distintas tendencias políticas se han esforzado en superar una Generalitat que a veces parece sumida en siestas intermitentes. ¿Es que Molins cree que Barcelona se está hundiendo? A pesar de la ausencia de una política de capitalidad por parte de la Generalitat que justificaría buena parte del hundimiento a pesar de haberle sido negados por el Gobierno español y por el catalán los apoyos económicos que le correspondían, la Barcelona de estos últimos años, la de los ayuntamientos de izquierda, es todavía la mejor carta de presentación de Cataluña. Estamos de acuerdo en que Barcelona debe todavía corregir muchas deficiencias y debe resolver problemas hasta ahora poco atendidos, pero Molins comete el error de subrayar precisamente aquellos que fundamentalmente corresponden a una política errónea de la Generalitat. No sé como interpretarán los electores esas declaraciones de Molins. Si están informados de las competencias de la Generalitat y conocen los intríngulis administrativos, se escandalizarán y tendrán que interpretarlas como una propaganda críptica, sofisticada, ambigua, contra Convergència i Unió (CiU), el partido responsable del gobierno. Una propaganda que parece planteada para anticiparse -o para apoyar- los posibles resultados adversos del próximo otoño. Pujol, quien está tan seguro de la fidelidad de su equipo, no se merece esa puñalada trapera.

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