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LA CRÓNICA El último linotipista ISABEL OLESTI

En un rincón del barrio de Gràcia, lejos del trajín de bares y restaurantes, existe una imprenta que bien podría tener el calificativo de peculiar por ser la única que trabaja aún con linotipia. Según el diccionario, una linotipia es una máquina de composición tipográfica que funde a la vez el metal en piezas que contienen todas las letras de una misma raya. José Gutiérrez, más conocido por Guti, es el único linotipista profesional de Barcelona -y posiblemente de parte del extranjero- al que un amante del papel bien impreso puede recurrir. Entrar en su negocio es como hundirse en el túnel del tiempo: viejas máquinas con olor a aceite engrasante, montones de libros y papeles que cubren mesas y estantes, cajas que contienen letras de plomo de todos los tamaños, preciados moldes de orlas envueltas en papel de diario, bloques de plomo a punto para fundir... Hasta que el invento del ordenador desbancó a la linotipia, fueron muchas las editoriales que pasaron por Gràcia Graf -así se llama la imprenta de Guti-: Teide, 62, Columna, Casals (la única que aún persiste). También fueron clientes la revista Tretzevents y Serra d"Or, que se mantuvo fiel durante 16 años y cuyo paso a la modernidad -según Guti- volvió locos a sus correctores. "Con la linotipia los rasgos son más pronunciados que en el sistema del ordenador", nos cuenta Guti mientras nos muestra una participación de boda que está preparando. Él piensa seguir con el negocio hasta que el cuerpo aguante, pero luego es consciente de que se perderá porque nadie ha tenido la intención de seguir sus pasos, aunque siempre tiene la visita de escolares fascinados por aquellas reliquias o algún bibliófilo que contempla embobado la filigrana de su último trabajo. Guti empezó como encargado en la primera linotipia de Barcelona, Santiago Soto; más tarde montaría su negocio en Gràcia con tres socios más, hasta que se quedó solo. De Ricard Giralt Miracle, uno de los grandes filógrafos catalanes, heredó su colección de orlas a cambio de ayudarle a traspasar su taller. Guti enseña estas orlas como si de un tesoro se tratase, aunque aparentemente esas pilas de paquetitos cuadrados envueltos en papel de diario amarillento por los años no tienen la pinta de contener una obra de arte. Pero ahí está la gracia. Quince días antes de morir, Giralt Miracle le dedicó uno de sus libros, que Guti muestra con todo su amor y admiración hacia el maestro. El día en que visitamos Gràcia Graf, son más de las siete de la tarde y las máquinas ya están paradas. La mujer de Guti ordena papeles tras una mesa y un ayudante consulta algunas cosas de última hora. Guti nos enseña el funcionamiento de la linotipia, pero dice que no la puede poner en marcha porque necesita tres cuartos de hora para calentarse. Una barra de plomo de nueve kilos cuelga en el crisol y se funde a 350 grados. Las matrices de las letras que previamente se han picado en el teclado se inyectan de plomo líquido; una cuchilla pule esas líneas, se ligan y se imprimen. Las líneas de plomo en desuso se envuelven en papel de diario y esperan su turno al fondo del almacén, donde otra máquina las fundirá de nuevo para convertirlas en barra. Es curioso ver esas pilas de paquetitos que contienen mil historias: las matrices de los libros que Guti imprime. Guti también trabaja como cajista de imprenta. "¿Te acuerdas del famoso Julián de la Verbena de la Paloma?", me comenta la mujer de Guti, "pues es el mismo sistema que utilizamos nosotros aquí". Se trata de poner letra por letra hasta formar una línea en un componedor. Hay letras de todas las formas y medidas, y se guardan en cajas. Pero el súmmum de la filigrana son las pequeñas piezas tipográficas que aparentemente no significan nada pero que el tipógrafo, componiendo pieza por pieza, convierte en exquisitos dibujos. Antes de marcharnos conocemos a un amigo de Guti que nos habla del mejor encuadernador de la ciudad. "También es algo que se perderá pronto". Y es que vamos bajando el listón de las cosas bien hechas.

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