Jugando con naipes de todo el mundo
Si hay dos palabras extrañas para cualquier niño, que siempre han poseído esa fascinación de lo desconocido, más aún que cualesquier otros vocablos de los que iba descubriendo en su afán por leer todo lo que se presentaba ante sus ojos, esas palabras son Heraclio y Fournier, omnipresentes en toda baraja que se precie con la que jugaban los adultos al mus, la brisca o el tute. Escritas en una orla sobre la reproducción de una moneda de oro, en el naipe correspondiente al as de ese palo, Heraclio Fournier sonaba a algo extraño y lejano, a pesar de que debajo de ellas, en letras de mayor tamaño, figurase el vocablo Vitoria, éste sí más cercano, sobre todo para los que vivían en esta ciudad. Con el tiempo, descubrió quién era Heraclio Fournier, un impresor de origen francés instalado en la capital alavesa en 1868, fabricante de barajas reconocido universalmente. Y del que en principio era un pequeño taller de impresión, convertido con el tiempo en una floreciente industria, surge uno de los museos más interesantes, por la especificidad de sus colecciones, de todo el País Vasco: el Museo Fournier de Naipes de Álava. El origen de este completo muestrario de cartas nace del encuentro de dos circunstancias que suceden alrededor de una misma persona: Félix Alfaro Fournier, al mismo tiempo nieto del fundador de la empresa de artes gráficas y coleccionista puntilloso. En 1916, cuando se hace cargo de la empresa, Félix Alfaro Fournier encuentra en los cajones de la mesa del despacho de su abuelo lo que serían las dos primeras piedras de este monumento al naipe que es el museo alavés: sendas barajas mitológicas realizadas en Madrid por Josef Monjardin. Quien era un consumado filatélico vio en estos dos juegos de naipes el inicio no sólo de una afición coleccionista, sino de una investigación profunda sobre el origen de estas cartulinas que entretienen, de un modo u otro, a media humanidad. Ajedrez y dados El estudio de Alfaro Fournier de la historia del naipe corrió parejo al crecimiento de su colección. El nacimiento de la baraja en Europa está documentado entre los siglos XIII y XIV y parece ser que fueron los árabes quienes introdujeron este juego, fruto de la combinación del ajedrez y los dados, de la inteligencia y la suerte. También hay quien dice que fueron los tártaros, cuando invaden Rusia en 1238, o los gitanos cuando llegan a Europa procedentes de la India en el siglo XIV. Eso sí, en principio, no fue mal recibido por las autoridades eclesiásticas: el comentario del fraile Johannes, "en el año del Señor de 1377", primera noticia de la existencia de esta forma de juego en Europa, concluye diciendo: "Es descanso para la mente y reposo para la fatiga de los que lo practican". En aquellos tiempos, los naipes eran bastante más rudimentarios que los que acabaría fabricando Fournier. A la par que dejan de ser un juego inocente, mejora la industria de su impresión: así, pronto comenzarán las persecuciones a los jugadores de unas cartas que han dejado de fabricarse a mano para pasar a realizarse mediante la xilografía. Los colores en aquel entonces se aplicaban por dos procedimientos: a la morisca o con trepas. En el primero, más rudimentario, se coloreaba con los dedos, dando unos toques de color a la cartulina impresa en negro; el segundo método utilizaba plantillas de cartón, cada una con diferentes aberturas, sobre las que se pasaba una brocha con el color correspondiente. Este sistema se siguió empleando hasta el siglo XIX, con el descubrimiento en 1832 de un nuevo prcedimiento impresor, la litografía. Y fue con este sistema con el que Heraclio Fournier se puso a trabajar en Vitoria en su empresa de artes gráficas, embrión de este museo de naipes que aloja hoy día el palacio de Bendaña, de estilo gótico tardío, en la popular calle vitoriana de la Cuchillería. Ahí está desde 1994, aunque la colección ya había sido adquirida por la Diputación de Álava en 1986. Allí, el visitante puede comprobar de hecho esa evolución en la producción de naipes que estudió Alfaro Fournier, al mismo tiempo que disfruta de algunas de las máquinas que pusieron en marcha la industria impresora moderna, como una prensa litográfica de 1870 o la que utilizó el pintor Eduardo Chillida para realizar sus litografías. Estas muestras de las herramientas con las que se hacían los naipes en el siglo pasado (la invención del offset las ha convertido en piezas de museo o para uso por artistas) está ubicada en la planta baja del palacio. En las otras dos están repartidas las distintas barajas que fue recopilando a lo largo de su vida Alfaro Fournier, con procedencias tan diversas como los almacenes de las distintas empresas de naipes que fue adquiriendo Fournier en los decenios de 1930 y 1940 o la importantísima colección británica Thomas de la Rue, adquirida en 1970, que consolidó a la del aficionado vitoriano como una de las más importantes del mundo. El naipe más antiguo Así, en la primera planta se muestran los ejemplares datados entre los siglos XIV y XVIII. Allí el visitante podrá admirar el naipe europeo más antiguo conocido en la actualidad, el denominado Italia 2. El papel en el que está impreso fue fabricado en el siglo XIV y fue realizado y pintado a mano. Este piso también alberga una baraja procedente de Nuremberg, de una sencillez fascinante. En el recorrido por las salas de esta primera planta, el aficionado verá poco a poco la evolución en el diseño de los naipes (la aparición de la ilustración en el reverso de la cartulina, con el fin de dificultar que los oponentes adivinaran la carta de sus contrarios) o juegos de naipes originarios de distintos países europeos con ilustraciones temáticas: una baraja musical inglesa de 1752 (con libro de instrucciones para interpretar las partituras de las cartas) o unas cartas holandesas que recrean la historia de las fortificaciones. Ya en la segunda planta, dedicada a los siglos XIX y XX, el museo Fournier, acoge, entre muchas otras, la primera baraja de esta empresa de artes gráficas, con el mismo diseño que hiciera en 1875 Emilio Soubrier, profesor de la vieja Escuela de Dibujo vitoriana. Es esa misma baraja que todavía hoy día pasea todas las sobremesas por cientos, miles, de mesas de café para dar vida a intensas partidas de mus, tute, brisca,...
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