La mujer del torero
Sofía, mujer del ex torero y banquero jubilado Miguel Sánchez, resopla siete horas antes de la inauguración del Museo Taurino de Málaga (Plaza de Toros de La Malagueta, segunda planta). Su marido, a quien Sofía logró retirar de los toros con el dilema recurrente de "si te sigues arrimando, a mí no me tocas", es el director del museo. Sofía, pizpireta, ordena y manda como un apoderado. "Tiene guasa que después de quitar a mi marido de la lidia nos pille ahora el toro de las prisas", dice esta mujer capaz de distinguir pelajes, cornamentas y procedencias de un astado con solo un vistazo. Los pintores, las limpiadoras, los montadores, Miguel Sánchez y su mujer van de un lado a otro de las dos salitas que conforman el nuevo museo taurino. Resuelven como pueden la fiebre inaguradora de los políticos -Luis Vázquez Alfarache, presidente de Diputación- que horas más tarde sonreirán y buscarán foto junto a Pilar Lezcano, la viuda del mítico Antonio Ordóñez y al hermano de éste, Alfonso. Han anunciado a Fran Rivera y su mujer, Eugenia Martínez de Irujo. No vendrán. Los accesos interiores de la plaza lucen como nunca. Una cuadrilla, de limpieza, ha hecho la faena. El nuevo espacio, pagado con fondos europeos, promovido por la empresa municipal Promálaga y gestionado por Diputación, no es precisamente el Guggenheim. Alfarache prometerá luego más museo para el futuro. Pero ahora, menudo, aseadito, está formado con material del propio Miguel Sánchez y por donaciones y depósitos de matadores y aficionados malagueños. Entre todos los donantes destaca Antonio Ordóñez, quien ha dado nombre al museo. Dos de sus trajes, uno morado y oro, otro gris plomo y oro, su color favorito, ocupan la vitrina central del museo. Junto a él, otro de Javier Conde y el capote de paseo que éste ganó en la feria de Málaga en 1995. El joven torero malagueño vendrá a la inauguración pero el protocolo no se dará cuenta. Más trajes: los de las cuatro generaciones de matadores Ortiz (Poli, Juanma, Manolo y Ricardo), el de José Luis Román o el de Espartaco ocupan las vitrinas. Más contenidos: fotografías, antiguos carteles, estoques, banderillas, puntillas, un castoreño de Vicente Infante, dos cabezas de toro lidiadas por Ortega Cano y Conde. Y varios trofeos, entre ellos el ánfora que ganó Paquirri en Melilla dos días antes de la cogida mortal en Pozoblanco, la reproducción de un burladero, algunas obras artísticas de tema taurino de desigual fortuna o una primera página del semanario El Regional de Málaga. Era lunes, 17 de mayo de 1920. Joselito moría en la Plaza de Talavera de la Reina. El cronista recogía sus últimas palabras mientras Ignacio Sánchez-Mejías y Salvador Mencheta le apretaban las manos: "Muero en Talavera y con toros chicos". La inauguración. La plaza, con nueva iluminación, se llena de flashes. No cabe un alfiler. Sofía, Miguel Sánchez y la cuadrilla de limpieza han rematado la faena. Pilar Lezcano está muy hermosa. Miguel Sánchez, feliz. No le ha pillado un toro en su vida. Alguna corná, dice, pero como un pincel que sigue. Su mujer, que era taurina -el abuelo fue picador-, le hizo todas las camas para que no hiciese carrera en el coso. Eso sí, antes de retirarse, el azar permitió a Miguel torear en 1960 con su ídolo Antonio Ordóñez. Un día de gloria y a la vicaría. Ayer rindió homenaje a su mito. Tampoco salió a hombros de la plaza. Pero jamás le ha pillado el toro. Ni el de los políticos. Y Sofía, ahí, a su lado, siempre al quite.
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