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CICLISMO Giro de Italia

Exhibición de la banda de Pantani

Un abanico forzado por el Mercatone Uno hace perder más de dos minutos a Heras

Carlos Arribas

De repente se levantó el viento. Sopló con fuerza desde la derecha, tumbando las espigas, agitando las copas de los árboles en la inmensa llanura que rodea a Foggia. Pantani lo sabía. Su banda lo había olido, había anticipado que en los 50 kilómetros de autopista en que concluiría la etapa el viento sería el protagonista. Un silbido del jefe y los ocho corsarios del Pirata, del 2 al 9 en el orden de dorsales, le envolvieron cuidadosamente y le transportaron a la cabeza. Entonces el pelotón se rompió. Los nueve del Mercatone, cuatro o cinco del Lampre, alguno más suelto. 23 corredores en cabeza. Detrás, el caos y el miedo, volando de ciclista en ciclista a la misma velocidad que el viento, a la misma velocidad que la carrera. 50, 60, 70 kilómetros por hora. Rueda de relevos rápidos delante, ay de aquel que se salga de rueda, ay del que se quede en la cuneta. Giro finito, acabado. 75 ciclistas entraron en el primer pelotón. Sólo uno de los que quieren ser grandes protagonistas se quedó fuera de juego. Sólo Roberto Heras ("se me cayó uno delante en el momento clave", explicó el de Béjar) de entre los escaladores que sueñan con hacer soñar a la afición no entró en el buen vagón. Escaso de equipo, diezmado el Kelme por las bajas de Otxoa y Rubiera, disperso en otras luchas, como las etapas del Chepe, Heras no pudo sino ser espectador de su derrota. Dos minutos y 39 segundos. Mucho para habérselo regalado a todos sus rivales a las primeras de cambio.¿Qué es esto? ¿Qué hace El Pirata, frágil escalador, desafiando el viento, forzando la marcha, rompiendo el pelotón en la llanura de Foggia? ¿Qué es esto? ¿Qué hace su banda? ¿Por qué no andan tranquilos, por qué no esperan a la montaña, a sus amados Dolomitas, para organizar su show? ¿Quieren enseñar a un padre a hacer hijos? Boquiabierto y admirado, Laurent Jalabert observa todos los movimientos. Su maglia rosa centra todas las miradas. No está delante. A su rueda hay gente que espera. El francés, el líder del Giro, organiza su equipo. Pantani anda ya a 10, 15 segundos. El ONCE trabaja detrás; también el Banesto, con Jiménez en primera fila, y el Vitalicio de Santi Blanco. Los Kelme están más atrás, en otra batalla. Son 10 kilómetros de angustia. Nadie cede. No el viento, claro, que se eleva en ráfagas. No los de Pantani y los de Camenzind. Tampoco los de Jalabert. Poco a poco se liman las diferencias. Uff, sólo 30 kilómetros por delante. Pero ya está. Aún, sin embargo, hay espacio para los sobresaltos. Santi Blanco, atento y trabajador, pincha a falta de 15 kilómetros. Tiene suerte el escalador salmantino, también hay caídas de otros, hay más ciclistas que entre los coches, apurando el abrigo dentro de lo reglamentario, logran volver al grupo de los 75. Entre ellos están Cipollini y Blijlevens, los dos mejores sprinters del momento. Uno de los dos está obligado a ganar. Son los más rápidos. Pero un letón rápido y fuerte, con coraje, Romans Vainstein, sorprende a todos. Victoria de etapa. Misión cumplida. Otro corredor que supo estar a la altura de sus aspiraciones.

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Los últimos 70 kilómetros de la etapa más larga del Giro (aunque reducida finalmente en 12, fueron 245 kilómetros) se corrieron en poco más de una hora, a 50 de media. Se corrieron así porque sopló el viento y porque quiso Pantani. Un patrón único. La necesidad le forzó a inventarse el pasado Tour una forma de correr que le permite gastar la energía justa y correr los riesgos mínimos. Aquella táctica consistía en correr a cola de pelotón rodeado de todo su equipo: si había cortes por el viento y las caídas tenía con quien enlazar, y si no, mala suerte y a otra cosa. En este Giro, la cosa ha evolucionado. Pantani es director de orquesta. Mueve a su equipo y mueve la carrera al ritmo que más le gusta. La afición, la gente para quien está El Pirata alcanzando la altura de un mito, le pide exhibiciones todos los días. Él habla y lo deja todo para el día siguiente, para cuando llegue la montaña. Pero, gran dramaturgo, sabe que no hay como una sorpresa esperada para hacer avanzar una obra estancada. El viento en la llanura de Foggia fue su compañero de andanzas; el Giro, el organismo que mueve a su capricho.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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