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Ovejas negras

PACO MARISCAL No peinaban canas ni calvas los cincuentones de ahora cuando dimitió aquel ministro del Interior. Aquí estábamos por la transición; allá en Grecia, por uno de los primeros gobiernos del socialista Papandreu. Se manifestaban los estudiantes con el ardor propio de la sangre joven y la policía helena cargó contra los manifestantes de forma un tanto desmesurada. Hubo un muerto entre los jóvenes, y el ministro del Interior, que no era un homicida ni un asesino ni había alentado la dureza de los uniformados, dimitió; se sintió responsable de las actuaciones de su policía. Por estos lares la noticia no ocupó grandes titulares: la reseña estaba en las páginas interiores de los periódicos. Pero, para quienes leyeron la reseña en clave democrática, aquello fue una especie de bálsamo: había/hay formas honestas de actuar en política; era/es falso el axioma de ese conservadurismo social tan arraigado que reza que todos los políticos son iguales. Poco después sopló el viento favorablemente en las velas de la izquierda moderada de estos pagos. Durante bastantes años el electorado se inclinó de forma mayoritaria por el PSOE. Y la izquierda ganadora tuvo en el cénit de su apogeo el germen del desconcierto y de una decadencia electoral, que todavía arrastra: los arribistas, los que siempre pertenecen al partido ganador, los que progresan por medios rápidos y sin escrúpulos, las ovejas negras de las que hablaba el honestísimo Ramón Rubial cuando visitó hace unos años a los honestísimos ancianos socialistas de una agrupación de La Plana. Es harto sabido que con las ovejas negras cargó la derecha sus baterías sin mirarse en el espejo. La tormenta de las ovejas negras fue desagradable en extremo. Y cuando más arreciaba, quienes entonces peinaban menos canas y calvas que ahora, se vieron democráticamente reconfortados con la dimisión del entonces ministro del Interior: el valenciano Antoni Asunción. La dimisión venía a poner de manifiesto que ni todo el monte es orégano, ni la política toda una pradera de cardos borriqueros. Asunción no había rozado con su mano la faltriquera del erario público ni era el destartalado Roldán; era, eso sí, el responsable de las ovejas negras que se encontró a su alrededor y supo actuar en consecuencia. También actuó en consecuencia Joan Romero, cuando vio que en el País Valenciano era algo más que difícil llevar a cabo unos más que tímidos intentos de renovación entre la grey partidista, blanca o negra, de su partido. Y actuó en consecuencia el ya no candidato Borrell cuando a algunos de sus antiguos colaboradores se les cayó el tinte blanco de la lana y apareció el color negro. Porque las dimisiones que asumen responsabilidad no deterioran la imagen del dimitido, porque la dimisión del responsable, que no del culpable, viene a ser como asumir el error en clave democrática. Una clave que ignoraron algunos socialistas durante bastante tiempo y que desconoce la derecha, y muy mucho nuestra derecha valenciana, jupiterina y tronante cuando aparecen las ovejas negras en el PSOE y sin espejo en que mirarse. Las dimisiones que asumen responsabilidad no son decandencia, ocaso u olvido de los dimitidos. Más bien son una muestra de autenticidad democrática y germen de ilusión entre un electorado o una parte considerable del electorado que considera que todos los políticos son iguales, que en la política sólo crecen cardos borriqueros, o que el modelo de actuación política es la pasividad irresponsable del consejero valenciano Castellá ante los desaprensivos que destruyen el marjal de Pego.

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