Potente
MANUEL PERIS Cada tiempo tiene sus palabras de moda, son voces definitorias, expresiones testigo. La de estos meses es el adjetivo potente, como lo fue a finales de los ochenta y principios de los noventa, el sustantivo sinergia, habitualmente usado en plural. Durante aquellos años la palabra sinergia floreció como nunca. Se utilizó en un discurso transversal que impregnaba la economía, la política, la publicidad y si no hubiera sido un poco rara, posiblemente se hubiera adueñado del lenguaje cotidiano. Aunque se trata de un término propio de la biología que luego pasó a la farmacología y a los prospectos de los antibióticos, los tecnócratas fueron tal vez los primeros en llenarse la boca con ella. Pomposamente se anunciaba que la fusión de esta compañía con la de más allá "permitiría aprovechar mejor las sinergias", aunque ello supusiera, y obviamente se ocultara, miles de despidos. Los políticos la tomaron como bandera y casi casi se convirtió en varita mágica de cualquier propuesta programática. Daba igual que se hablara de planes hidráulicos, que de programas de actuación conjuntos de la Policía Nacional y la Guardia Civil, o simplemente, de captar más turistas. La cuestión era que había que aprovechar las dichosas sinergias, por más que proliferaran las guerras del agua entre los agricultores; a pesar de que maderos y picoletos andaran a la greña, o de que cada alcalde apostase por el nombre de su pueblo como marca turística. El vocablo causó furor entre los catedráticos de Economía Aplicada, los teóricos del fin de la historia y las multinacionales de la informática. De los presidentes de las compañías y de los ejecutivos de las multinacionales la palabra pasó a los vendedores de calle; de los ministros y secretarios de Estado a los funcionarios con ganas de promocionarse. La cosa llegó hasta algún entrenador de fútbol para quien el fichaje de tal o cual jugador permitiría aprovechar las sinergias entre los centrocampistas y los delanteros. Incluso, la falta de sinergia entre algunas parejas llegó a ser causa de divorcio. Aquello de la sinergia era la rehostia y el pobre desgraciado que utilizara en su lugar palabras como coordinación o cooperación era, sin más, un gilipollas. Ahora le toca el turno al adjetivo potente. De pronto, todo es muy potente. No sólo las empresas y sus ejecutivos, se les supone; hoy también son potentes los artistas y sus cuadros, los músicos y sus interpretaciones, los intelectuales y sus ideas, los diseñadores y sus proyectos; la selección de Camacho y el tipo de fútbol que juega; e incluso, el concepto de liderazgo político. Y casi sin solución de continuidad, hemos pasado del pensamiento débil y eficiente de la sinergia al discurso fuerte y eficaz de lo potente. De la facultad combinada para lograr un efecto determinado, a la fuerza directa del poder. El uso y el abuso de lo potente no se produce como consecuencia de la situación de guerra en los Balcanes. La precede como anunciándola. Y paradójicamente, del adjetivo de marras sólo se salvan hoy los artefactos bélicos, porque en la guerra moderna no es políticamente correcto que las bombas sean potentes, sino que ahora son inteligentes. Tal vez por eso, los ciudadanos parecemos cada día más idiotas.
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