Cinco años sin Senna
Transcurría la séptima vuelta del Gran Premio de San Marino de 1994 en el circuito Enzo y Dino Ferrari de Imola. Ayrton Senna da Silva ocupaba la primera posición, por delante del alemán Michael Schumacher. Iba a ser su gran año, aquel en el que conquistara su cuarto campeonato. Tras sufrir el declive de McLaren, la escudería con la que había conseguido sus tres títulos, disponía por fin del mejor coche. Su fichaje por Williams auguraba una temporada marcada por su dominio aplastante.Se preparaba para tomar la curva de Tamburello cuando, súbitamente, se rompió la barra de la dirección a causa, como se ha sabido después, de una soldadura mal hecha. Senna perdió el control de su Williams FW16 Renault e impactó a 230 kilómetros por hora contra el muro de protección. El accidente fue espectacular, pero no más que muchos de los que se saldan con simples magulladuras. Sin embargo, como si de una flecha se tratara, una pieza de la suspensión delantera derecha atravesó el casco de Senna y se le clavó en la cabeza causándole la muerte prácticamente instantánea.
Eran las 14.21 del domingo 1 de mayo. Los equipos de socorro intentaron reanimar al piloto al borde la pista. Después fue trasladado en helicóptero al hospital Maggiore de Bolonia. No se pudo hacer nada. El anuncio oficial de su muerte llegó a las 18.20 horas.
Tenía 34 años y era el mejor. Era también un místico, un iluminado. Máximo exponente de la escuela brasileña que asombró al mundo con la eclosión de Emerson Fittipaldi en la década de los setenta, a quien siguieron pilotos de la talla de Carlos Pace y Nelson Piquet, y que acabó con la hegemonía británica de los Jim Clark, Jackie Stewart y Graham Hill, hombres más fríos.
Nadie, como Senna, había conseguido interiorizar a nivel de puras emociones la complejidad de pilotar una máquina de altísima tecnología y llevarla al máximo de sus posibilidades. Es el sueño inasible de la velocidad. Cualquiera que sepa lo que es enfrentarse en solitario con la velocidad pura, como un esquiador por ejemplo, entenderá ese bombeo de adrenalina. Así lo entendía Senna. Esto es lo que dijo en los entrenamientos para el Gran Premio de Mónaco de 1989, tras realizar la vuelta más rápida: "Súbitamente, percibí que no era yo quien guiaba el coche, que no lo estaba guiando conscientemente. Estaba en una especie de dimensión diferente, en un túnel, más allá del límite, pero era capaz de ir aún más rápido. Entonces, algo me despertó y percibí que estaba en una atmósfera diferente".
Su muerte conmocionó al mundo del deporte, pero, además, provocó una histeria colectiva en Brasil, donde era considerado el héroe nacional por excelencia, eclipsando incluso a los futbolistas más famosos. Multitudes siguieron el carro que transportaba su ataúd por São Paulo con banderas y llanto, en medio de un oficial y nunca más auténtico duelo nacional.
Aquel Gran Premio de San Marino lo ganó Michael Schumacher con un Benetton Ford, y aquel año obtuvo su primer título de campeón mundial. Ya en el podio, demostró su tristeza y derramó algunas lágrimas en vez de festejar su triunfo. Ayer volvió a ganar en el mismo lugar.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.