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007, al servicio de Escocia

Sean Connery, el más famoso intérprete de James Bond, debuta como político en su tierra natal

Isabel Ferrer

Nervioso pero sonriente, Sean Connery, el espía de ficción más elegante y descarado de la historia del cine, se ha estrenado a los 68 años como orador. El debú, al que asistieron el pasado lunes en Edimburgo 300 simpatizantes del Partido Nacionalista Escocés (SNP), le ha valido las críticas más variadas de su fructífera carrera. Para los dirigentes políticos que le arroparon, se trata de su más famoso representante. Una celebridad que aboga, como ellos, por la independencia de su tierra. Para buena parte del público tiene buenas intenciones y credenciales, pero lleva demasiados años viviendo en el extranjero. Para la prensa sensacionalista de la zona, como el rotativo Daily Record, es un apátrida que ha hecho su carrera en Estados Unidos. Su opinión, por tanto, no cuenta en la ardua búsqueda de un Parlamento para los escoceses. Muy molesto por esta última descripción de sí mismo, Connery acudió a la cita de Edimburgo con unas notas manuscritas que preparó sin ayuda. Ha pasado la mayor parte de su vida adulta en Marbella o las Bahamas, es cierto, pero no está dispuesto a recibir lecciones de patriotismo. Está muy orgulloso de su apodo Big Tam (boina escocesa) y no piensa permitir que nadie manche por las buenas su reputación de hijo favorito de Escocia.

"Voy a leer mi discurso porque no me fío de mis emociones ni de mi vocabulario en el estado en que me encuentro", advirtió a una audiencia entregada. Para un personaje acostumbrado a ganar siempre la partida sin pestañear, Connery se mostró emocionado, furioso casi, al rechazar las críticas periodísticas que le presentaban como un extraño de la causa escocesa. "Todo lo que he hecho o tratado de hacer ha sido por Escocia y no en beneficio propio", dijo. A continuación añadió una advertencia que sonó tan sincera como amenazadora: "Emplazo a cualquiera a que demuestre lo contrario".

Una vez saldadas las cuentas con sus adversarios de la prensa, dedicó sus esfuerzos a recordar, con frases bien claras, sus anhelos políticos. "Pienso lo mismo desde hace 30 años. Escocia merece estar a la altura del resto de las naciones". La frase le valió una cerrada ovación de la sala y las miradas de aprobación de Alex Salmond, líder del SNP, quien necesitaba un golpe de efecto como éste para recortar los 18 puntos de ventaja que le sacan sus rivales laboristas de cara a las elecciones autonómicas del 6 de mayo.

Connery vapuleó a los que le llaman escocés de pacotilla. "Hemos esperado 300 años a tener un Parlamento propio y espero que sus miembros se comporten dignamente y reflejen la nueva voz de Escocia", dijo de un tirón para deleite de la sala. Sus últimas palabras no pudieron ser más evocadoras. "Si me preguntaran quién ganará las elecciones les diría: Escocia, espero".

Ni el político más curtido lo hubiera hecho mejor en cuatro minutos escasos, pero no todos los presentes sucumbieron a sus palabras. "A la hora de votar no apelaré al corazón, sino a la razón", dijo un convidado. Otros no podían olvidar los paraísos fiscales habitados por un artista que, de todos modos, seguía sintiéndose tan escocés como ellos.

Apagados ya los aplausos y las críticas, han empezado a llegar los análisis de su insólita intervención. Desde las páginas de The Times, Magnus Linklater recordaba ayer la bajeza que supuso negarle el título de sir (caballero) sólo porque no se apea de su visión nacionalista. "Cuando el pasado año le ignoraron, el partido laborista sumó su cota más baja de popularidad", escribió. En su opinión, el actual Gobierno debió haberse fijado más en lo ocurrido con Sean Connery en 1993. Ese año fue nombrado ciudadano de honor de Edimburgo ante un público arrebatado y que llenaba la sala del Ayuntamiento. "Dijo unas pocas palabras, bailó unos pasos de danza típica y se metió a todo el mundo en el bolsillo", sigue Linklater.

Otros escoceses de pro, la cantante Sheena Easton o el también actor Billy Connolly, no tienen seguidores tan fervientes entre el pueblo llano. Si tanto derroche de carisma acabará llenando las urnas de votos en mayo está aún por ver. El SNP así lo espera. Una vez cumplida su misión, Sean Connery, el orador aguerrido, ha devuelto el estrado a los políticos. Esta vez los héroes deben ser ellos.

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