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Los héroes

LUIS MANUEL RUIZ Juan Zafra y Jacinto Lara rescatan ahora, con una exposición en Córdoba, a los antiguos héroes helénicos: las salas de la Diputación se llenan de potentes torsos amputados, memorias fragmentarias de aquellos Perseos, Heracles y Jasones que convencieron a los griegos para que fletaran barcos y buscaran la gloria y la muerte en playas remotas que no figuraban en los portulanos, modelos de valor o virtud que modelaron generaciones. Una exposición como la presente, argumentan los autores, posee hoy una vigencia incontestable; volver la vista al pasado se vuelve necesario cuando los héroes escasean. Ya no quedan, dicen, representantes de esa familia mestiza de hombres y dioses, nombres que merezcan la eternidad de los hexámetros, que sobrevivan a las marejadas del olvido desde la balsa de sus proezas. El sentir general es que los héroes se esfumaron con las últimas guerras épicas, guerras que la historia ha escrito abusando de los recursos de la novela: Drake, Nelson, Lawrence, Rommel y Montgomery son seres tan improbables como los actos que realizaron, pasto de hagiografías o esquelas reverenciales. Pero aquí, en nuestro Sur, los héroes no han acabado todavía de marchitarse; conservan, a ratos, la antigua savia de la mitología y logran el bronce del monumento público. Algo debe haber en nuestro espíritu meridional, algún sentimiento facilitado por la temperatura de la sangre, que nos hace buscar impenitentemente la sombra de esos grandes hombres, intermediarios entre esta orilla y la opuesta. Buscamos héroes, buscamos ser héroes, aunque sea por un día, como aullaba David Bowie. También Curro Romero, el héroe más contrariado por el destino, tuvo el martes su tarde de apoteosis. Del héroe, dice Carlyle, irradia una especie de esplendor sobrenatural que persiste más allá de las noches del tiempo y la muerte. Imposible decidir si el héroe nace o se hace, si es su naturaleza insólita la que obliga a las masas a corear su nombre o es este mismo entusiasmo lo que le catapulta a la púrpura. Aunque seguramente su existencia obedece a un motivo muy obvio, directo, de andar por casa: hay héroes porque hay necesidad de héroes. El valle necesita sustancialmente a la montaña, la cruz a la cara, hay héroes porque hay gente. Nosotros, los rebaños, nos consolamos mirándonos en esos arquetipos brillantes, en esos ídolos inmaculados que no pasan por las angosturas de la indecisión o el sufrimiento; los amamos con furor de bacante, participando en su pasión y su gloria para hacerlas nuestras. Todo el mundo merece su instante de gloria, afirmaba Warhol: instante, dicho sea de paso, que disculpa y oscurece las largas horas de escalada, sinsabores, la flaqueza y la duda. Desde las alturas del triunfo, los desdoros del pasado carecen de solidez y tamaño; por eso los devotos de Curro exultaban el martes y sus lenguas y sus manos no podían detenerse, porque el prodigio, el largamente esperado prodigio al que habían asistido no podía repetirse con la asiduidad de una rutina.

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