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Reportaje:

Los franceses se rebelan en "verlan"

Los rellanos de escalera de los bosques de torres que pueblan las banlieu (suburbios), los tugurios en los que se juntan las pandillas, las cuevas del rap y del rock, los liceos de los barrios "sensibles", los bares y discotecas más branchés, los subterráneos de la droga y las criptas de Internet son hoy en Francia fecundos laboratorios lingüísticos. A todas horas nacen nuevas palabras surgidas de la manía de invertir las sílabas (verlan) y nuevos vocablos nacidos del choque entre el francés y el árabe, las lenguas centroafricanas, el inglés e incluso el español. Hay también producciones puras, creaciones caprichosas inventadas a partir de la nada, junto a una multitud de apócopes (palabras privadas de su sonido final) y de aféresis (supresión del sonido inicial), metáforas y metonimias. Los cantantes de rap y otros "poetas de la fractura social" francesa que gestionan la función de transformar la lengua convencional en un lenguaje críptico al alcance de iniciados atentan a diario, gustosos, contra las leyes de la gramática en un guiño permanente de complicidad hacia los jóvenes iletrados.

Orfebres o dinamitadores del idioma, artesanos o saboteadores, cientos de miles, millones de jóvenes -preferentemente hijos de la inmigración- participan en esta tarea colectiva de crear nuevos lenguajes, ¿el neofrancés? Mientras, los puristas y muy puritanos académicos de la langue française estudian, circunspectos, la pretensión izquierdista de dar por bueno el término "madame la ministra". Claro que, comparados con Víctor Hugo, el escritor que a través de sus novelas introdujo la jerga en la alta sociedad francesa, los nuevos asaltantes de la fortaleza idiomática francesa vienen a ser un ejército de vándalos que distorsionan y manipulan sin escrúpulos, que encanallan, en suma, la lengua de Baudelaire. Es un asalto en toda regla: frontal y desafiante, y también una invasión soterrada y progresiva que alcanza ya al centro mismo de las ciudades.

Lo peor es que el verlan (constreñido a la banlieu parisiense) y el resto de las creaciones idiomáticas parecen escapar a todo intento de asimilación. Aunque términos como beur (por magrebí), meuf (mujer) o keuf (policía) y otros muchos han sido ya incorporados a algunos diccionarios y utilizados por la publicidad, la labor de descodificación se presenta casi imposible, porque las tchatches, las jergas de las banlieus, diferentes en Lyón, Marsella o París, no son en absoluto uniformes y están en permanente mutación. Para cuando los adolescentes de los barrios burgueses descubren el significado de findus (por el pescado), carte bleu (tarjeta de crédito) o skeud (verlan de disco), términos todos ellos que designan a las chicas carentes de curvas anatómicas, los creadores del neofrancés andan ya en nuevos inventos.

Lingüistas como Claude Hagère ven en esto la expresión de una revuelta, la manifestación de un malestar provocado a veces por el fracaso escolar o por un sentimiento de exclusión. Se trata de manipular la lengua hasta transformarla en propia, de retorcerla hasta que el léxico resulte incomprensible para los extraños, es decir, los padres, la policía, la burguesía. La haine (El odio), la película que narra las andanzas trágicas de una cuadrilla de suburbio, tuvo que ser subtitulada en francés cuando fue presentada al gran público.

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