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DÍAS EXTRAÑOS ¡Menuda gaita! RAMÓN DE ESPAÑA

Últimamente tengo la molesta impresión de pasarme la vida esquivando gaiteros. Cuando ya me había acostumbrado a la presencia de Carlos Núñez, que a veces es un poco muermo pero parece honesto, aparece un tal Hevia que todas las tardes, cuando acaba el episodio cotidiano de los Simpson, se materializa en la pantalla de mi televisor como patrocinador del espacio (el momento más terrorífico de su videocorto es aquel en el que unos 200 gaiteros atraviesan la verde campiña asturiana como si estuvieran a punto de tomar Oviedo a gaitazo limpio). Como éramos pocos, acabo de enterarme de la existencia de una tal Cristina Pato, que también se apunta, no sé si desde Galicia o desde Asturias, a la cosa celta. La invasión galaico-celta-irlandesa no acaba ahí. Fíjense en The Corrs, maestros en la vulgarización del folclor irlandés, cuyas canciones están a medio camino entre los Chieftains, los Archies y Celine Dion. Destacan en el grupo tres hermanas guapísimas con aspecto de haber acabado de salir de la ducha que quedarían estupendas en cualquier anuncio de compresas (de hecho, sus videocortos, que MTV programa con alarmante frecuencia, parecen anuncios de compresas). Sus canciones, de una fofez repugnante, pretenden acercar el folclor irlandés a los seguidores de Mariah Carey; y a tenor de sus descomunales ventas, todo parece indicar que lo han conseguido. Como no hay que descuidar ningún campo, la danza irlandesa no podía quedar fuera de esta traicionera reivindicación de lo celta. Ahí tenemos al terrible Michael Flatley, que un día de éstos aterriza por Barcelona al frente de su espectáculo Lord of the dance (que, sin duda, hará las delicias de todos los que sobrevivieron a su anterior antología de taconazos, Riverdance). El tal Michael Flatley es a la música y a la danza celtas lo que el difunto Winston Valentino Liberace fue a la música clásica (este simpático augusto convirtió a Chopin en un compositor disfrutable por los asiduos a los casinos de Las Vegas, lugar en el que tiene un museo dedicado a su memoria de visita obligada para todos los connaiseurs del mal gusto). El hombre sale al escenario vestido de algo tan improbable como un torero celta y se dedica a echar purpurina sobre el folclor irlandés hasta que lo pueda disfrutar alguien como José Luis Moreno. No se puede negar que es un gran bailarín y que en su compañía hay profesionales soberbios, pero es indudable que el éxito internacional se lo debe más a la purpurina que a las raíces. Esa purpurina conceptual es básica a la hora de entender el éxito de los chicos del club de la gaita. Dejemos en paz a Carlos Núñez (un tipo respetable) y a Cristina Pato (no he tenido el gusto de oírla), pero aprovechemos la ocasión para afearle la conducta a Hevia por esos sintetizadores a lo Vangelis que cuela sin pudor en sus discos. De la misma manera, no estará de más decirles a las dulces hermanas Corr que no basta con tocar un poquito el violín al final de un tema para que lo que es blando y baboso deje de serlo (¡la pelmaza de Celine no engaña a nadie, guapas!). Y ya puestos a predicar en el desierto... ¡señor Flatley, a ver si dejamos de hacer el pavo real y damos un poco más de cancha a los segundones! No quisiera que de lo escrito hasta ahora se desprendiera un asco a lo celta, una sonoridad que siempre me ha llegado al alma. ¿Quieren pruebas? Soy la única persona en Barcelona que aún escucha los viejos discos de la Incredible String Band (el portentoso grupo acústico que los escoceses Mike Heron y Robin Williamson crearon a mediados de los sesenta) y los no tan viejos de los Pogues (adorable cuadrilla de borrachos comandada por el desdentado Shane McBowan). Esta gente nunca traicionó sus raíces para ganar más dinero, aunque no por ello tuvieron que agarrarse al purismo de los Chieftains (que ahora venden más discos gracias a que los Corrs han colaborado con ellos). Pero nadie se acuerda de ellos mientras un montón de seudoceltas, dentro y fuera de España, insiste en no meterse la gaita por donde ya les agradecería que lo hicieran.

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