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Reportaje:

LA CASA POR LA VENTANA Oficio de Semana Santa JULIO A. MÁÑEZ

La resurrección y muerte política de Joan Romero en vísperas de Semana Santa tiene un sentido claro para los seguidores asuncionistas que, como es natural, son ahora casi todos. Hombre de consenso, Antoni Asunción, vaya que sí. Se menciona de pasada la honestidad de Romero como prólogo de fingido reconocimiento para machacarlo enseguida a cuenta de su presunta incompetencia. ¿Y en qué no habría sido competente el líder caído? Quienes han jugado a negarlo bastante más de tres veces, resueltos a marchar de derrota en derrota hasta la victoria final, señalan con su desparpajo habitual la ausencia de una concepción conspirativa de la política como una de las carencias más notables del anterior candidato socialista a la Generalitat. Y como esa circunstancia es esgrimida como reproche desde lo que queda de ese partido, el elector de a pie, que somos casi todos, lo tiene claro respecto de las características básicas de la formación a la que a partir de ahora elige. Esa falta de profesionalidad se habría dejado notar especialmente en la escasa habilidad de Romero para confeccionar las listas que culminaron su Gólgota. Se le reprocha que debió abrir un proceso previo de consultas en favor del consenso de partido, observación muy acertada desde el respeto a unos hábitos que han llevado al socialismo del último decenio a la ruina. El error más gordo de Romero ha sido ignorar que no se puede tratar con Al Capone perdiendo de vista que se trata en todo momento de Al Capone y sus asuntos de familia, y esa equivocación lo descalifica en la medida en que se esté dispuesto a calificar con excelencia la conducta de Capone. Para los que votan socialista o simplemente desconfían de la atroz facundia de Zaplana y sus muchachos, no parece indiferente que el socialismo local quede en manos de Capone una vez liquidado Elliot Ness. En cuanto a Ciprià Ciscar, no sé yo si hay una querencia trotskomasoquista en su afán por destrozar el partido antes de creer llegada su hora de liderarlo. Otros que lo tienen claro en esta primavera mortal (ya me lo temí la semana pasada, y es sólo el principio) son las gentes de la escena como arte, que han tardado tres años en plantar cara al Tarancón de turno, Creaciones Ciscar y el monosabio Juan Alfonso Gil Albors. Se empezó montándole a M. A. Conejero una pintoresca Plataforma en la que se integró incluso Gil Albors y de la que ahora sus inspiradores reniegan sin mencionarla, y se siguió apoyando a Gil Albors, ahora para evitar males mayores. Recuerdo telefonadas de Rodolf Sirera solicitando el apoyo para Conejero, y su malestar cuando di en estas páginas el artículo Caballeros del imperio huertano, resueltamente anticonejero, y no como otros, situación que se repitió calcadita a propósito del nombramiento de Gil Albors. Así que se podía -me dije yo a mí mismo ingenuamente- estar en la reivindicativa Plataforma de las Artes Escénicas y apoyar bajo cuerda a los responsables del desastre de nuestra escena: no siendo ni ppoportunista ni esquirol, preferí no hacer ni una cosa ni otra. La cosa viene, pues de largo. El actual director artístico de Teatres tiene contrato hasta agosto, pues se lo han prorrogado, mientras Tarancón va loco encargando informes de viabilidad para la intervención pública en la escena valenciana. La protesta de los actores y compañías de la escena artística es justa, pero tardía. Uno puede pensar que el reparto pensado por Casimiro Ciscar desde la consellería no ha satisfecho a todos, y de ahí el pollo. Ante las respuestas tardías es obligado preguntarse por qué no se reaccionó cuando tocaba y qué seguridad existe de que la exigencia vaya ahora en serio y reclame también el derecho del respeto a los espectadores, maltratados al alimón por la Administración y por buena parte de la profesión querellante. Hay cosas que dan que pensar. Como la exigencia de modificación del Consejo Rector de Teatres (en el que me negué a figurar, por cierto, al contrario de, por ejemplo, Alfons Cervera en su día, que nunca ha pisado un teatro, que se sepa), por donde puede colarse la pretensión de que los interesados en ser programados figuren en el órgano que -en una suposición algo exagerada- decide la programación. Jornadas de discusión sobre las artes escénicas, las que se quieran, teniendo presente que, puesto que no son las primeras, parece aconsejable que sean las últimas de cierta envergadura (si no es término desproporcionado en relación con lo que nos ocupa). Por lo demás, ya no se conmemora el Día de la Victoria, sin que esté clara la razón de ese desdén; en medios del audiovisual valenciano se teme que la operación Ciudad del Cine encubra un proyecto de especulación de terrenos en Sagunto al que se prestarían sin saberlo Berlanga y su parabudista compinche local, y en territorio de la antigua Yugoslavia asistimos al mismo éxodo mortal y agrario de todas las guerras, como si el siglo quisiera despedirse rebobinando la atrocidad que lo alumbró.

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