_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Entre el deseo y la realidad

Llega la Semana Santa y el personal sale a hacer turismo. Es una buena época para hacer alguna reflexión sobre el tema. Viene motivada, además, por una información aparecida en este periódico, en la que se da cuenta de una reunión donde un grupo de expertos recomienda acudir a los destinos de interior y abandonar los de sol y playa, que, según ellos, son propuestas decadentes y "agotadas", de acuerdo con la terminología al uso. Este tipo de afirmaciones suele tener más su origen en la expresión de las propias convicciones que en el análisis objetivo de la realidad y, en todo caso, no son nada nuevas, pero su persistencia preocupa y revela un desazonante estado de opinión. No hay ningún dato que avale la agorera predicción. Bastaría con evaluar el número de plazas de hoteles, apartamentos y campings o ponderar el de residencias secundarias para certificar que la distancia entre el turismo de playa y el de interior, ya enorme, no hace sino aumentar. Lo que se avecina no es distinto: sólo los proyectos en marcha en Benidorm y su entorno, estimulados por la construcción de Terra Mítica y por la bonanza económica general, superan cuantitativa y cualitativamente a todos los proyectos de interior existentes en España. Pero no sé qué mosca les pica a muchos de los intelectuales y profesionales de los mass-media y de la Universidad e instituciones afines para que se obstinen en afligir a los exitosos destinos litorales con tan catastrofistas hipótesis de futuro. Que los destinos del litoral cálido están en decadencia es cosa que oigo desde hace casi veinte años en boca de todos (periodistas, escritores, artistas y profesores), menos de los inversores y los especialistas de verdad. Nunca la he percibido, al menos todavía; al contrario, la evolución del mercado internacional se decanta en favor de una fuerte concentración de la demanda hacia las ciudades litorales de mayor tamaño. ¿Por qué esa inquina hacia el triunfante discurrir de los destinos turísticos más poderosos? Aportan divisas, generan empleo, producen riqueza, representan la mayor aportación tecnológica de España al mundo, contribuyen decisivamente a situar a nuestro país entre las primeras potencias turísticas y suponen un flujo de ingresos decisivo para nuestra economía en general. No parece bastar: el discurso sigue siendo recalcitrantemente pesimista. Así que no veo otra explicación para este sistemático desprecio que un inveterado cainismo antichauvinista y aristocratizante. Esta arrogante actitud de ignorancia y desprecio, con pertenecer a la tradición intelectual de nuestro país, tiene algo de suicida. Este siglo se caracteriza, entre otras cosas, pero principalmente, por la socialización de los consumos. El aristocratismo del XIX se populariza y democratiza con la industrialización, como resultado de la acción de la burguesía emergente. Abundan los ejemplos: el bolígrafo o los mecheros Bic, el seiscientos o el escarabajo Wolkswagen, el wind-surfing o los relojes digitales. Benidorm es otro de ellos. Como la más depurada plasmación urbana del turismo de masas, representa la posibilidad real del "goce merecido del proletario", como dijo el gran Lefebvre, o "el paraíso asequible", como relataré yo en un libro del mismo título que preparo. Y eso debería enorgullecernos. Ninguna ciudad construida después de la segunda guerra mundial es tan habitable y funcionalmente correcta como Benidorm (Lefebvre dixit), pero aquí eso nos parece una fruslería. Y como ninguna otra ciudad turística, representa la racionalidad de una ingeniería urbana y turística irreproducible. Pero su continuado éxito les produce a estos intelectuales un desdeñoso aleteo nasal: si algo triunfa es que es sospechoso. Pese a ellos, la realidad se impone tozudamente. En Bendiorm se concentran más plazas hoteleras que en todo el litoral cantábrico y hay alguna manzana donde se supera la oferta española de camas en casas rurales. Y, además, funciona mejor: la ocupación es de casi el 90% anual, mientras que la hotelería turística de interior no alcanza el 20%. Estas magnitudes son muy conocidas (las publica mensualmente el INE), pero no importa: nuestros obstinados intelectuales insisten en decir que el modelo de sol y playa está agotado (?), mientras las masas corren enfervorizadas al pluvioso interior. Pues no. Quizá les pese mucho que sus candidatos no ganen la carrera, pero eso debería ser acicate para que discurran más y mejor las alternativas, no para negar la evidencia. Imagino a veces que Benidorm es una ciudad francesa: como catetos alucinados iríamos en procesión a ese prodigio fabril, que los gabachos nos venderían con el donaire que les caracteriza para el lucro. Quiere la mala fortuna que se ubique en este país y no hace más que pagar el sorprendente tributo de la desconfianza hacia nuestras mejores realizaciones. Somos dados, por ejemplo, a asombrarnos con la Ford pero no nos damos cuenta de que Benidorm genera más riqueza y más empleo, produce más divisas y distribuye mejor las rentas producidas. Y, además, su continuidad futura no depende de un Consejo de Administración que imparte órdenes desde un lejano (para nosotros) rincón del Imperio. Una larga estrategia europea sobre nuestra región, que arranca ya en documentos elaborados en 1972, consagra reiteradamente su destino como un territorio inequívocamente turístico. No es mal destino, teniendo en cuenta que el turismo será una de las tres actividades que mayor crecimiento va a experimentar en los primeros treinta años del próximo siglo, pero para aprovechar las oportunidades será preciso ponernos en serio a la tarea, sin tópicos ni estériles voluntarismos, a fin de lograr extraer la máxima rentabilidad de la presión del centro y norte de Europa hacia nuestro litoral, que no tiene competencia posible en el binomio clima-accesibilidad. Así que sería bueno que nos dejáramos de lamentos y desdenes, especialmente cuando son tan rotundamente injustificados, y, situando las cosas en su punto justo, nos dedicáramos a trabajar para mejorar nuestra posición. De paso, quizá eso nos permitiese avanzar en otro reto pendiente: progresar en nuestra autoestima, que por ser tan notoriamente insuficiente, nos causa siempre la desazón de la inseguridad y nos impide disfrutar de las cosas que hacemos bien.

José Miguel Iribas Sánchez es sociólogo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_