Almuerzo con Juliette JOAN DE SAGARRA
París, Saint-Germain-des-Prés, terraza de Les Deux Magots, miércoles 24 de marzo, 11.53 horas. Luce un sol espléndido, tan espléndido que me he quitado el jersey y me he quedado en mangas de camisa. Estoy en una de las terrazas más célebres del mundo, junto con su hermana, la del Café de Flore, en el corazón de Saint-Germain-des-Prés, el barrio que al terminar la II Guerra Mundial se convirtió en uno de los barrios más famosos del planeta, el barrio de los existencialistas y de los zazous, el barrio de Sartre y de Vian, el barrio de las caves, el barrio de Juliette Gréco, con la que dentro de media hora he quedado para almorzar en Chez Lipp, en la acera de enfrente del bulevar. El día anterior, el martes por la tarde, había entrevistado a madame Gréco con motivo del recital que a finales de mayo dará en el Théâtre Odéon-Théâtre de l"Europe, así como sobre la aparición de su nuevo disco, Un jour d"été et quelques nuits, en el que la Gréco canta 12 canciones de Jean-Claude Carrière con música de Gerard Jouannest, su actual pianista, como antes lo fue de Brel. El martes, en un estudio cercano a la plaza de la Concorde, grabamos con madame la entrevista (para este diario) y hoy, miércoles, dentro de media hora, almuerzo con Juliette. Porque si en 1947 Juliette Gréco era en Saint-Germain-des-Prés una chavala estupenda de 19 años, yo era un niño de 9 años -"un niño de película de colores", como decía una chacha andaluza, guapa y desvergonzada que tuve, de "película de colores" porque a la sazón tenía cabellos y era pelirrojo-; un niño de 9 años tan germanopratense como Juliette: ella vivía en el 18 de la Rue Servandoni y yo en el 42 de la Rue du Bac. Éramos, pues, en cierto modo copains (tan copain de Juliette como hubiese deseado serlo de Kim Novak en Picnic). Chez Lipp es otra institución germanopratense, como el Flore y Les Deux Magots. Juliette y yo hemos conocido a monsieur Roger (Cazes), el fundador; a monsieur Jean, su sucesor, que se jubiló no hace mucho, y al actual maître, monsieur Claude, con sus bigotes a lo Hercule Poirot, que nos ofrece el menú. Yo siempre pido lo mismo: la ensalada de canónigos con remolacha, el gigot y el milhojas, con un pichet de vino tinto de la casa. Le digo a Juliette que es la primera vez que almuerzo en Chez Lipp con un mito de mi barrio. En francés se dice mythe y suena como mite, que es como en francés se llama a la polilla. Y Juliette, al tiempo que brindamos, junta las manos y hace clac, y se ríe, como si con ese clac aplastase su polilla, su mito. Hablamos del barrio, de nuestro barrio. Juliette es la presidenta de SOS Saint-Germain-des-Prés, un grupito de artistas, escritores, germanopratenses de pro, que defienden la memoria de nuestro barrio. Gentes, en definitiva, que están en contra de la desaparición del drugstore,ocupado hoy por Giorgio Armani; de la tienda de discos de Raoul Vidal (allí compré yo el primer disco de la Gréco) ocupada por Cartier, y de la desaparición de la librería Le Divan, ocupada por Dior. Le digo a Juliette que más que la desaparición de los sitios -el drugstore, la tienda de discos, la librería- me duele la desaparición de las personas. Y le recuerdo la desaparición del cine Bonaparte, en el que vi Paisà, el filme de Rossellini, con mi madre, en el verano de 1947, la cual, antes de entrar en el cine, había comprado en la farmacia de al lado, plaza de Saint-Sulpice, un paquete de algodón porque me sangraba la nariz; o aquel pequeño restaurante que había en la Rue des Saints Pères, esquina con el bulevar, en el que cenábamos con mi novia noruega cuando ella salía de su curso de ruso en Langues O. Los sitios, para mí, le dije a Juliette, van unidos a las personas. En el drugstore, es cierto, he comprado tantas aspirinas como botellas de whisky; en la tienda de Vidal he comprado todos los discos -de 45 y de 33 tours-, y en Le Divan he comprado algún que otro libro. Pero allí no me ha sucedido nada, querida Juliette, como cuando tú follabas con Miles Davis en tu habitación del hotel de la Louisiane. ¿Qué memoria estamos defendiendo, Juliette? ¿La nuestra? ¿O tal vez la de un barrio convertido en mythe/mite -clap- que en el fondo nos importa un bledo, un bledo que Armani ocupe el espacio que antes ocupaba el drugstore? Llega el milhojas, el café, la copita de alcohol de frambuesas, y -clap- Juliette y yo nos reímos. Somos dos germanopratenses del 47, pero con drugstore o con Armani, con Raoul Vidal o con Cartier, con Le Divan o Dior, todavía nos quedan otros SOS. Como cuando Athos habitaba Rue Férou, Porthos Rue du Vieux-Colombier, Aramis entre las calles de Cassette y Servandoni... antes que un tal barón George Eugène Haussmann (1809-1884) lo mandase todo al carajo, o casi. ¿Qué es la memoria sin un olor, un sabor, un mordisco, las páginas amarillentas de un libro o una vieja película en blanco y negro, con los ojos como naranjas, mientras te sangra la nariz? ¿Qué sé yo de mi abuelo Ferran (1853-1939), que de niño jugaba en las murallas de esta ciudad, cuando Barcelona todavía tenía murallas? ¡Ah!, si mi abuelo se hubiese llamado Athos, o Porthos, o Aramis...
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