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60 personas mueren al estallar una bomba en un mercado en la república rusa de Osetia

Fue terrorismo químicamente puro. La bomba que explotó ayer en el mercado central de Vladikavkaz, capital de la república rusa de Osetia del Norte, causó la muerte de al menos 60 personas y heridas a más de 100. Los restos humanos y charcos de sangre que enfangaban, entre patatas y prendas de ropa, el escenario del atentado constituían el mejor ejemplo de que los problemas de Rusia en el Cáucaso no terminan en la frontera de Chechenia, situada tan sólo a 50 kilómetros de distancia. Los asesinos eligieron bien el momento, cuando el mercado estaba repleto. La metralla se incrustó en los cuerpos de decenas de personas, segó vidas y obligó a amputar piernas y brazos.

El atentado hizo que el presidente Borís Yeltsin ordenase crear la tercera comisión de investigación en dos días, tras la que estudiará la conducta del fiscal general (mostrado por televisión en la cama con dos prostitutas, en un vídeo casero) y la del incendio en un psiquiátrico de la región de Vologda. La primera suspendió ayer su reunión inaugural. Su presidente iba a ser el dimisionario jefe de la administración presidencial, Nikolái Bordiuzha, y otros dos miembros volaron a toda prisa al Cáucaso.La acción terrorista se produjo el mismo día en el que se especulaba con una entrevista secreta, y entre fuertes medidas de seguridad, del primer ministro ruso, Yevgueni Primakov, y el presidente de Chechenia, Aslán Masjádov. Ambos están unidos por el interés en combatir a un extremismo que amenaza tanto a Rusia como al régimen implantado en la república rebelde. Ésta forma parte de la Federación Rusa, pero en la práctica funciona como un país independiente. Por la tarde, fuentes oficiales desmintieron que el encuentro fuese inminente.

La semana pasada, los tambores de guerra que callaron a finales de agosto de 1996, tras un conflicto que se cobró decenas de miles de vidas, sonaron de nuevo cuando los halcones rusos exigieron acciones punitivas (al estilo de las de EE UU contra Irak) para forzar la liberación de un general, representante en Chechenia del Ministerio del Interior, secuestrado en un avión cuando estaba a punto de despegar de Grozni. Se supone que el militar sigue vivo y que su cautiverio será largo. Primakov y Yeltsin, finalmente, optaron por la vía política, y no la militar, para bregar con el embrollo checheno.

Osetia del Norte y las vecinas repúblicas rusas de Daguestán e Ingushetia son un auténtico polvorín, y no sólo porque estallan bombas, sino porque hay miles de armas sin controlar en manos de grupos que, con frecuencia, no son sino bandas de delincuentes comunes que recurren al chantaje, la extorsión y, sobre todo, el secuestro, toda una industria en una zona por lo demás depauperada y herida de gravedad por la crisis económica.

A veces, el secuestro termina de la peor manera posible, como en diciembre del año pasado, cuando fueron halladas las cabezas de tres técnicos de telefonía británicos y de uno neozelandés capturados dos meses antes. Más allá de las fronteras de la república rebelde, muchas de esas acciones son cometidas por bandas chechenas que cruzan sin problemas una frontera montañosa que se conocen al dedillo.

Uno de los más inesperados efectos del atentado puede ser la suspensión del partido de clasificación para la Copa de Europa de selecciones entre Rusia y Andorra, previsto para el día 31 en Vladikavkaz, después de que Moscú garantizase la seguridad de la expedición del principado. La UEFA tiene que decidir, y no lo hará antes del lunes.

La bomba es un arma común en Rusia: entre 1996 y 1998 se produjeron 2.209 explosiones criminales que causaron 365 muertos y 1.139 heridos.

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