La "increíble" mezcolanza fallera
J. Mark Schuster es profesor de Política Cultural Urbana y especialista en construcciones urbanas efímeras en el prestigioso Instituto de Tecnología de Massachusetts, de EE UU. Sus trabajos de investigación se centran también en la manifestaciones populares festivas y en el análisis del modelo de interacción urbana entre lo público y lo privado. Schuster llegó el jueves a Valencia y no ha dejado de recorrer las calles de la ciudad para conocer las fiestas de las que había oído hablar y había leído mucho. Lo último fue en una página de Internet poco antes de tomar el avión para participar la próxima semana en un acto organizado por la Universidad de Valencia. Es consciente, y lo advierte repetidamente, de que apenas ha contado con tiempo para adentrarse en el mundo fallero, pero su primer contacto con las fiestas ha confirmado su interés. "Es increíble", dice en referencia a la gran afluencia y participación de gente y al hecho de que las fiestas se vivan tan intensamente en la calle. Pero lo que más le ha llamado la atención es que las fallas implican un "trabajo en los barrios, en los casales" a lo largo de todo un año para desembocar en una semana de fiestas. Este asociacionismo local lo encuentra francamente interesante y ratifica la importancia que, a su modo de ver, tienen las construcciones efímeras en el desarrollo y la vida de una ciudad y de los ciudadanos que la habitan. En este sentido, destaca de los monumentos falleros que ha visto en compañía de su amigo Lluís Bonet, profesor de Economía Política de la Universidad de Barcelona y también especialista en política cultural, aquellos que hacen mención explícita a problemas del barrio como los urbanísticos, las drogas o cualquier otro aspecto que entre en los conflictos del vecindario. Considera que las fallas, y su condición de artefactos urbanos efímeros, pueden servir también como vehículo de expresión de los males del vecindario. De todas formas, insiste Schuster, no ha tenido tiempo para profundizar y quizá por ello se ha fijado en aquellos monumentos que se salían un poco de la tónica general. Porque el estudioso que vivió un "año sabático", como lo denominan los nortemericanos, en Barcelona, comenta que tiene la sensación de que los distintos monumentos se repiten continuamente tanto estética como temáticamente. "Los mensajes de la mayoría de las fallas son muy obvios", opina. No lo dice en un tono crítico; parece más bien sorprendido. Por ello pregunta sobre las causas de este fenómeno y sobre los motivos de que no existan más monumentos de carácter experimental que no sigan la norma. "Me parece muy interesante conocer cómo un grupo, los vecinos de un barrio, decide hacer algo diferente al resto, incluso algo conflictivo", concluye. Su impresión es que en las fallas se mezclan numerosos elementos de distinto orden. Piensa que las Fallas son unas fiestas eminentemente populares y también religiosas. "Es increíble", vuelve a comentar en español, esta vez en alusión al elevado número de falleras -"¿cuántas había?"- que ha visto desfilar en la ofrenda de flores a la virgen. Pero no se explica muy bien la relación que guarda la ofrenda con las Fallas. "Sé que la Virgen de los Desamparados es la patrona de la ciudad, pero no sé qué relación directa hay...". Tampoco dice comprender bien el hábito extendido de tirar petardos. "Sí, bueno, es cosa de niños", comenta, mientras Lluís Bonet sonríe y apunta que es difícil para un estadounidense comprender la atracción por la pólvora. Al final, Schuster dice estar asombrado y muy interesado por las Fallas, una "fiesta que mezcla de todo".
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