DiMaggio
Joe DiMaggio, a diferencia de Bioy Casares y Stanley Kubrick, que le han acompañado en las necrológicas, no era un intelectual. Pero me juego el cuello a que, en alguna ocasión, los dos últimos envidiaron al héroe del béisbol por haber tenido a Marilyn Monroe entre sus brazos. Era directo y simple como un novillo, y quizá por eso doy crédito a la teoría que apunta Donald Spoto en su biografía de Marilyn, según la cual la actriz, poco antes de morir, estaba considerando la posibilidad de volver a casarse con el único de sus maridos que seguía amándola y que no la había engañado.Fue, por otra parte, DiMaggio el único hombre que se dio la vuelta y se largó, furioso, durante el rodaje de la inmortal escena en que el vuelo del vestido de Marilyn deja descubrir sus muslos, y más, en la película La tentación vive arriba. El propio director, Billy Wilder, recordaba que el rostro del deportista se nubló con una "expresión mortal" cuando la vio lucir sus encantos al impulso de un enorme ventilador colocado debajo de una rejilla en la neoyorquina Lexington Avenue, frente a una multitud de curiosos. No lo pudo soportar.
Ahora ha muerto. En Hollywood, a los 84 años, pocas semanas antes de la concesión del Oscar, que es la fecha que suelo aprovechar para hacer una visita a la tumba de Marilyn, en un pequeño cementerio de Wilshire sumido en el estruendo del tráfico, a la sombra de impersonales edificios. Hasta hace pocos años, siempre hubo una rosa roja en la lápida que señala el corto paso por esta tierra de una criatura fulgurante. Una rosa de DiMaggio. Supongo que, al final de su vida, pensó que las rosas que le quedaban por entregarle pronto se las daría personalmente. Y que eso es lo primero que habrá hecho, si es que hay un firmamento especial para las estrellas que nos hicieron soñar de un modo u otro: en el cine como en el béisbol.
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