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Valencia Roig de Fútbol. J. J. PÉREZ BENLLOCH

Los fallos judiciales, como la bondad de los melones, pueden intuirse o preconizarse con mayor o menor fe y pericia, pero nada es seguro hasta que se les hinca el diente. Así ha ocurrido una vez más con la sentencia de la sección sexta de la Audiencia Provincial de Valencia, conocida el lunes pasado, que otorga validez a la disputada ampliación de capital del Valencia CF. Hasta la víspera misma de esta desoladora noticia era evidente el alborozado pálpito de quienes daban por cierto que la mentada sala se limitaría a dar por santa y buena la sentencia del Juzgado de Primera Instancia que anulaba la referida ampliación. Lejos de nosotros la temeraria tentación de cuestionar la sesuda resolución de los magistrados, y menos todavía echarle un pulso jurídico a quien ha sido ponente de este parto, el ilustrísimo Vicente Ortega Llorca, indiscutible lumbrera de este foro. De su denso y espeso razonamiento, rehogado con abundosos latines, no puede decantarse sino una conclusión de cabal coherencia con su respetado criterio. Lo cual no empece para que, a la vista de las triquiñuelas, trampeos y tejemanejes aireados con pelos, apellidos y señales por la prensa a propósito de la repetida ampliación de capital impugnada, nos sintamos más perplejos que un pato en una sacristía. Consecuencias de presentir que el melón era de buen año. Ahora, y a expensas de cuanto diga el Tribunal Supremo, si es que a su puerta se llama, aquí no hay más cera que la que arde. O dicho de otro modo, los Roig, Roig, Roig -en afortunada descripción del colega Levante- han recuperado, esperemos que provisoriamente, el control de la entidad merengue. Ya nadie podrá disputarle a esta tríada su condición de Berlusconis, protagonistas de la más audaz, descarada y también peligrosa operación de abordaje al patrimonio "che". Se acabó, pues, la farsa del proceso democratizador de la familia valencianista que se emprendió bajo el lema de Per un València campió y que, con o sin premeditación, se convirtió en el preludio de una aventura agiotista al modo y manera de las intituladas por los Gil y Gil. Ruiz de Lopera, César Lendoiro y la santa compaña que puebla los predios futbolísticos de primera división, a los que se ha sumado éste nuestro de la mano y cálculo de dicho linaje. Una fatalidad inesquivable, se argüirá para consuelo de la afición, pero también un crudo exponente de la sociedad frágil y muelle -sobre todo, muelle- que somos, un triste flan para gozo y consumo de los buitres. Ignoro si a la Fundación Valencia CF y a sus patronos -Generalitat, Universidad, Ayuntamiento- le queda resuello para proseguir la lucha judicial hasta perder la última trinchera. Pero entiendo que tanto por civismo como por adhesión a unos colores habrían de sacar fuerza de la flaqueza y agotar toda la munición procesal confiando en que una sentencia enmiende otra y los trapicheos o "clandestina actuación" de los taimados no acabe resultando impune a la par que premiada con la titularidad de un club que pertenece a la pasión y herencia de miles, cientos de miles de valencianos. De darse por declinada la reivindicación y consumado el despojo, únicamente cabe esperar que se cumpla el sino biográfico de Paco Roig, cuyas iniciativas o delirios especulativos y empresariales han sido tantos como sus frustraciones. Ninguno de sus inventos y mistificaciones ha cuajado. Tendría narices que éste, precisamente éste, eludiese tan autodestructivo destino. En otro supuesto, podríase confíar en que el más joven de la familia, Juan Roig, patrón boyante y lúcido, ejerciese su autoridad moral y buen tino para que, con o sin espaldarazo judicial, no se convirtiese el Valencia en el botín de unos pocos, agraviando la soberanía histórica de los más. Se trata de optar entre ser salvador o cómplice. Y resta por último interponer una querella por las choricerías cometidas, que sería tanto como añadir porquería a la mierda apilada.

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