Miedo del ciudadano libre de toda sospecha
Hay gentes de aquí, de entre nosotros, en esta Gran Comunidad Líder, que tienen miedo de ellos. El miedo (del latín metus), cuya definición es, tal y como simplificaría cualquier diccionario médico, una reacción ante un peligro externo real... se opone a la angustia (del latín idem), que sería el temor morboso ante un peligro imaginario o sin objeto real. Y nadie debería poder contarnos ahora, en este venturoso país, que tiene un miedo real a salir del anonimato por si las moscas vuelan sin que tomaramos tal circunstancia como una intolerable ofensa, quizá la mayor, a las libertades; como la cristalización de un clima de debilitamiento del edificio democrático. Pues bien, en eso parece que están. Términos como libertad o igualdad tienen históricamente un profundo significado emotivo para nosotros, pero sensato es precisar que no existe la libertad en general sino diversas libertades (de opinión, de prensa, de iniciativa económica, de reunión, de asociación...) y hay que especificar a cuál de ellas queremos referirnos. En una reciente reunión de ciudadanos que han ayudado al PSPV-PSOE a elaborar los programas sectoriales que puedan servir de soporte o de contraste a su programa electoral general (el Foro XXI, una excelente idea quizá tomada de los socialistas franceses y sus Etats Généraux), la inmensa mayoría de los participantes (mentalmente sanos y profesionalmente apreciados) pidió el anonimato invocando un vago pero previsible miedo a las consecuencias. Esa sensación de inseguridad de algunos ciudadanos se materializaría socialmente en forma de pánico escénico a un grupo de comunicación local que se asemeja a un club de cazadores y también en forma de represalias laborales (por ejemplo en La Fe o en Canal 9), presiones prohibicionistas (por ejemplo la desaparición de las tertulias de El Casino en la COPE ante la insistencia y la tenacidad de una popular ciudadana), ostracismos permanentes (por ejemplo la limpieza étnica llevada a cabo con inusitada saña serbia en la Diputación de Valencia), posible retirada de subvenciones (por ejemplo advertencias a alguna compañía teatral), espesos y penosos silencios, vacíos sociales y otras sádicas maneras de reducir drásticamente las libertades individuales y colectivas. Tan vergonzosas cuestiones reales sucedidas en nuestra huerta hacen referencia a una tangible pérdida de libertad para manifestar iniciativas personales efectuada, auspiciada o tolerada por ellos. Desde hace algún tiempo, quizá desde la Victoria de 1995, se ha venido denunciando la existencia, comprobable y publicada en ese medio de comunicación dedicado a otorgar licencias de caza, aunque también intuida e intangible, de una fatwa valenciana o, en términos más huertanos, más blasquista, de una libreta negra de raídas tapas y numerosas páginas en la que están escritos muchos nombres para ser proscritos. De hecho, en las noches ventosas los confabulatori nocturnii comentan en voz baja y al calor de la lumbre que no existe una sola libreta negra, sino varias adscribibles a profesiones diversas tales como artistas, médicos, periodistas, enseñantes o arquitectos... y cabe ya pocas dudas acerca de su existencia no metafórica. La derecha democrática ha venido practicando desde su acceso al gobierno valenciano una permanente, zafia y procaz vacunación laboral-institucional de la peste roja y catalana en una progresión paranoica. Pero ellos son muy finos y de estas cosas no se habla en vísperas electorales sino es en una fiesta benéfica y con una copa en la mano, porque ésta es la época de los hombres dobles, como pronosticó lúcidamente Edgar Allan Poe hace más de un siglo y medio (acaso lo hizo pensando anticipadamente en estos pasos y evoquense evoquemos sino los casos clínicos de firme pasado en la lucha democrática de la Alcaldesa de Valencia o del conseller de Sanidad o del estridente Alcalde de Alicante o de los napolitano-sicilianos Presidentes de las Diputaciones de Alicante y Castellón o de ...). Es decir, doble programa electoral, doble democracia, doble moral, doble ética, doble chaqueta, doble versión, doble pasodoble, todo doblez y Zaplana responsable último de esa historia universal de sus infamias y de este museo provincial de sus horrores en la Gran Comunidad Líder. Y es que han ido acristalando estos cuatro últimos años con un microclima pestilente, una vaharada fachuza que se promueve y gestiona desde los sectores más gorilistas (organizados y no organizados) de la derecha valenciana, que son una incómoda minoría influyente y decisoria con su Presidente liberal en la proa justificándolo todo y mirando a la derecha mientras los más fieros de sus pit-bulls terriers (no se lo vayan a comer a él) siguen totalmente centrados en cazar un kilo de carnaza a ser posible roja y catalana. Ellos, aquí (y allá), tienen miedo a la libertad, una intolerable carencia de convicciones democráticas profundas que acarrea la ignorancia política y cultural deliberada acerca de esa forma de igualitarismo histórico mínimo que es propio de una doctrina liberal de la que todo lo desconocen y que ha nutrido desde hace siglos a la filosofía política con mucho texto. Simplificando hasta la caricatura (se puede ampliar sin más, con ejemplar didactismo, leyendo a Norberto Bobbio en Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción política, Taurus, Madrid, 1995), el estado de libertad salvaje, que se podría definir como el que una persona es tanto más libre cuanto mayor es su poder; el estado de naturaleza descrito por Hobbes y racionalizado por Spinoza, es un estado de guerra permanente entre todos por la supervivencia, del cual sólo se puede salir suprimiendo la libertad natural o, como propone la doctrina liberal, reglamentándola. La democracia, en suma, que no conocen a fondo porque no han luchado a fondo por ella. No es, empero, la ausencia de reglamentación lo que produce miedo a estos ciudadanos colaboradores del PSPV-PSOE (tenemos la Constitución), lo temible es la ausencia de convicción, el respeto meramente formal que la derecha exhibe hacia la libertad de expresar y defender opciones divergentes y eso es lo que debería alertarnos muy seriamente a todos. No hay más que contemplar, atónitos (o atontítos), la espectacular programación antidemocrática de Canal 9-TVV. Cualquiera que respete la ley y crea en la Constitución debería sentirse seguro en este país; es su derecho. Pero hoy y en estas calles, un reducido aunque estruendosamente simbólico número de ciudadanos de entre nosotros ha tenido miedo al hilo negro de una fatwa sobre sus cuellos, a lo que podía sucederles si se les vinculaba con la simpatía, el apoyo, la complicidad o la ayuda a la izquierda valenciana. Lo más pavoroso de este pequeño cuento de invierno dickensiano, con sus petimetres malvados o sus pobres huerfanitos desvalidos y buenos, es que sigue escribiéndose diariamente cual castigo de Sísifo ante la indiferencia o la ignorancia social mayoritarias. Y lo definitivamente fétido de este penoso asunto es que el electorado vacilante les pueda dar margen y crédito poselectoral a ellos para ir frivolizando con la salud democrática de esta gran, gran, gran, gran, gran, gran, gran Comunidad Líder.
Vicente Ponce es profesor del departamento de Historia del Arte de la Bellas Artes.
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