Perros asesinos ÁNGEL LÓPEZ GARCÍA-MOLINS
Todo el mundo parece haberse vuelto loco con el tema de los perros asesinos. La trágica muerte de una niña en las Islas y otros episodios similares en otras partes han hecho que, por fin, se les caiga la venda de los ojos a unas autoridades excesivamente complacientes. Hemos visto hasta la saciedad en los medios la imagen de dos perros que se muerden salvajemente o la de un entrenador, en teoría civilizado, que les golpeaba, se supone que por terapia, con no menor salvajismo. El efecto ha sido catártico: un aluvión de propuestas de medidas urgentes, desde la prohibición de ciertas razas hasta el endurecimiento de la legislación, han inundado las primeras páginas de los periódicos, al tiempo que la ciudadanía tomaba partido en la sección de cartas al Director. Pero lo interesante de este fenómeno mediático no es que se haya producido, sino dónde lo ha hecho. Es muy importante el conjunto de criterios con el que categorizamos la realidad. No es lo mismo llamar "irregularidades contables" a ciertos manejos de algunos financieros y políticos que llamarles, lisa y llanamente, "robos (presuntos)": lo primero ubica la noticia en los suplementos económicos de los diarios y ésta pasa casi inadvertida, lo segundo puede provocar una crisis política o un hundimiento de la Bolsa. El asunto de los perros asesinos es interesante porque ha salido de las páginas de Sucesos para figurar en el hit parade de los acontecimientos de la semana. Lo curioso es que, mientras se producían estos hechos, ha habido otros del mismo cariz, aunque mucho más graves, que no tuvieron tanta suerte informativa. Veamos. Semana de Carnavales y, a su término, el 14 de febrero, la edulcorada y comercialmente rentable festividad de los enamorados, San Valentín. En la Comunidad Valenciana la efemérides se salda con un prólogo y con un epílogo siniestros: pocos días antes, Massamagrell protestaba por la muerte de una mujer víctima de malos tratos domésticos; pocos días después, se descubría el cadáver de una joven ilicitana, violada y asesinada en Crevillent. En las localidades respectivas la conmoción social fue, naturalmente, enorme. Fuera de ellas, no tanto. Me he pasado ese periodo viajando por España y consumiendo enormes cantidades de prensa escrita en aviones, trenes y salas de espera. Puedo dar fe de que estos hechos no salieron de las páginas de Sucesos, mientras los titulares se reservaban para perros y más perros. La lógica informativa exige primar lo extraordinario e ignorar lo rutinario. Pues bien, aunque a los aprendices de periodista les enseñamos en la Facultad que la noticia no es que un perro muerda a un ser humano, sino que un ser humano muerda a un perro, se ve que, ahora, las tornas han cambiado. Los perros, entrenados para ello, muerden, y esto se considera extraño; unos seres humanos, supuestamente educados para la convivencia, matan a otros seres humanos más débiles y casi nadie se lleva las manos a la cabeza. Decían los antiguos,que no solían equivocarse, aquello de homo homini lupus, "el hombre es un lobo para el hombre". Sin embargo, en estos tiempos de bonanza (?), resulta que "el hombre es un perro para el hombre", homo homini canis. Lo cual es mucho, muchísimo peor, porque el lobo es una fiera que mata por hambre, y el perro, un lobo civilizado que ha llegado a matar por capricho. Ninguna otra especie animal desarrolla individuos que matan sistemáticamente a sus hembras. ¿Qué ha sucedido con nuestros perros, con el perro de Massamagrell, con el perro de Crevillent, con el de Castelló o con el de Catarroja no hace tanto? Es verdad que estas cosas ocurren un poco por todas partes, pero en el mundo mediterráneo empiezan a darse con excesiva frecuencia. En otros sitios abundan los sórdidos crímenes rurales, la barbarie fascista o las mafias económicas. Aquí, en el Mare Nostrum, tenemos últimamente demasiados estupros, demasiadas palizas, demasiada violencia criminal aplicada a las mujeres. No sólo en la Comunidad Valenciana, desde luego: esa misma semana hubo un episodio similar en Cataluña, poco antes, en la Andalucía oriental, y, en Argelia, para qué hablar. Pero que cada cabo aguante su vela. Una región del mundo que alzó a la Gran Madre a la condición de diosa nutricia de su visión de las cosas no podía caer más bajo. Lo que sí me parece evidente es que estos hechos no son una casualidad y que deben salir cuanto antes de las páginas de Sucesos para instalarse en las de Sociedad y en las de Política. Algo falla en nuestro sistema educativo, en nuestra manera de divertirnos, en nuestra forma de encarar la vida. El viejo machismo mediterráneo, que siempre se basó en una apreciación equivocada de la realidad, parece haber entrado en una metástasis compulsiva. Porque nuestros perros no son naturalmente así, alguien les ha entrenado para ello. Pero, frente a lo que sucede con los canes asesinos, estos perros humanos no atacan en condición de igualdad, sino que, cobardemente, se ceban en la parte más débil y, además, intentan pasar desapercibidos. Se ve que no todo es positivo en la evolución de las especies. Con vomitivos programas de televisión, con películas en las que todo vale, con concesiones sociales que practican sobreentendidos vergonzosos, hemos torcido la trayectoria de algunos. Hasta que llegue un momento en el que haya más monstruos de dos cabezas que ejemplares normales. Todo consiste en cambiar las normas y en mirar alegremente para otro lado. Y un día, sin darnos cuenta, también nosotros nos estaremos asomando al lado oscuro de la barrera. Lo malo es que, cuando el doctor Jeckill se sepa mister Hyde y no le importe, ya será tarde.
Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia. angel.lopez@uv.es
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