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Fútbol

Miguel Ángel Villena

El Valencia más que un club es una metáfora. Por esa circunstancia simbólica, no lo duden, el equipo se ve capaz de ganar al Barça en partidos épicos mientras sucumbe ante el Valladolid en encuentros patéticos. Siempre la misma historia. Se podría pensar que esta irregularidad, anomalía más bien, responde al peso de la tradición o incluso a la fuerza del destino. Desde que el equipo valenciano consiguiera el campeonato de Liga en la ya muy lejana temporada de 1971-1972, el club ha vivido sumido en la mediocridad, en esa vulgaridad de un conjunto del montón. Salvo algunos destellos de brillantez en la etapa de Kempes, allá por los comienzos de los años ochenta, y la catástrofe del descenso a Segunda División en 1986 el Valencia ha integrado el pelotón de esos equipos que ofrecen un espectáculo futbolístico anodino y aburrido. Presidentes fanfarrones han alardeado acerca de glorias siempre futuras, entrenadores orgullosos han presumido de currículo para anunciar victorias que nunca llegaron y jugadores consagrados han prometido ligas y copas. Todo ha sido en vano en esa lucha contra la maldición de la metáfora. El Valencia no podía ni puede ser otra cosa que un reflejo de la sociedad que lo alienta o lo critica. Inconstante y pendenciero, genial e improvisador, mucho más hábil en el regate corto que en la jugada de fondo bien trenzada, el equipo representa una emanación sobre el campo de una sociedad poco aficionada a los proyectos colectivos y muy proclive a las dispersiones individuales. Ahora ya se ha perdido cualquier factor de identificación con apellidos con sabor a terruño como Puchades o Claramunt, pero la globalización de los equipos al estilo de las impersonales multinacionales ha visto pervivir ese espíritu de escalar las cumbres y hundirse en el llano. Confiados en la idolatría de creer que un Claudio López o cualquier otro milagroso caudillo romperán el maleficio, los aficionados ignoran que el fútbol es un deporte que juega un equipo. La metáfora del carácter de los valenciano acaba por imponerse.

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