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Luchar contra el cáncer ELENA IBÁÑEZ

Cáncer, dolor y muerte es una especie de trilogía que atraviesa fácilmente las cabezas de la gente de nuestro tiempo. El cáncer no sólo hereda el temor que se le tenía a la tuberculosis sino que lo supera al sustituir la "muerte dulce" por la "muerte dolorosa". Sin embargo, en la actualidad, son muchos los enfermos de cáncer que no sólo sobreviven a la enfermedad sino que, incluso cuando sucede lo peor, logran una muerte no dolorosa. No importa, la mentalidad de nuestro tiempo, contra toda razón, ha convertido al cáncer en la metáfora de lo temido, lo no deseado y, con la misma rapidez con que vivimos, deseamos una muerte súbita más que una "larga y penosa enfermedad", tal y como los medios de comunicación describen caritativamente al cáncer. Fueron los griegos los primeros en señalar que las mujeres melancólicas tenían una mayor tendencia a padecer cáncer de mama, pero la visión naturalista de la Medicina de su tiempo impidió que se profundizara más en esas relaciones. Posteriormente, la consideración de la enfermedad como castigo más o menos divino, relegó en el olvido la posibilidad de que la persona enferma contribuyese, en alguna medida, a la aparición, evolución y curación de su enfermedad. Sin embargo, en el siglo XX las interrelaciones entre psicología y cáncer están interesando a investigadores de distintos ámbitos científicos, que intentan acabar con el mito de la enfermedad oncológica. Hay que reconocer que es mayor el miedo que se tiene al cáncer que lo que la enfermedad significa realmente. De hecho, los médicos nos recuerdan insistentemente que el cáncer no existe, que bajo ese rótulo coexisten un sinfín y variopinto numero de enfermedades, cuyo origen, evolución y desarrollo es diverso. Da lo mismo, el poder de la mente humana es tal que aunque ellos hablen de linfomas, leucemias, carcinomas y un largo etcétera, los enfermos seguirán preguntando con voz asustada "pero, ¿verdad que no es cáncer?". Es posible que no obtenga respuesta, es más probable que quien le conteste lo haga con delicadeza y le explique que el cáncer es una enfermedad grave, pero no necesariamente mortal, y que se necesita de la colaboración del enfermo para vencerla. La incorporación del enfermo, como sujeto activo, en el proceso de curación es una de las principales aportaciones de la psicología al campo de la medicina y, por tanto, al de la salud. De hecho, ya desde 1985, se comprobó que los enfermos con cáncer que consideran que la enfermedad es un desafío para ellos y que, por tanto, tienen que luchar activamente contra ella si quieren sobrevivir, tienen mayores probabilidades de supervivencia que aquellos que, encontrándose en el mismo período de la enfermedad, perciben a la misma como una amenaza para su vida, o como una pérdida del estado de bienestar o de algo que nunca se va a recuperar, o como negación, es decir, rechazando la enfermedad tal y como es, encubriéndola con el autoengaño de que realmente no es cáncer. La percepción de la enfermedad, la reacción emocional que el conocimiento del diagnóstico provoca y las estrategias de afrontamiento que el enfermo desarrolla para luchar contra la misma, son los tres frentes psicológicos de la batalla que el enfermo mantiene contra la enfermedad. Si la enfermedad se considera un desafío, se pone en marcha, tanto en el repertorio biológico como en el psicológico, la respuesta de lucha; el enfado, la cólera que la enfermedad provoca por la injusticia que supone el que me haya tocado a mí y no a otros, o bien porque ahora no es el momento oportuno para estar enfermo, hace que toda la energía se canalice en contra del enemigo, aumentando así las posibilidades de sobrevivir. El enfermo lucha y vence al cáncer o, por lo menos, si no consigue vencerlo, tendrá una mejor calidad de vida. La consideración del diagnóstico como una amenaza, se acompaña, en casi todos los casos, de una extraña sensación de incertidumbre. El sujeto se debate en la duda sobre si podrá o no vencer la enfermedad; la ansiedad hace su aparición y la preocupación ansiosa es la única forma que el sujeto conoce para enfrentarse a la misma. Aparece el aislamiento o la socialización excesiva; todo depende del estado de ánimo del sujeto que cambia continuamente. Hay momentos en que el futuro parece estar en sus manos, otros en los que cualquier planificación carece de sentido, y la emocionalidad del enfermo se convierte en una serie de explosiones descontroladas. Esta tormenta afectiva hace que la energía se disperse en cualquier dirección, se descuida la finalidad de luchar contra la enfermedad y, de esta forma, el enfermo va perdiendo oportunidades de ganar más y más años de buena vida. Negarse activamente a admitir que la enfermedad es un cáncer puede resultar positivo, cuando el enfermo se adapta a seguir el tratamiento médico. No hay grandes emociones, el enfermo hace lo que le manden con el firme convencimiento de que, aunque inútil, pues lo suyo no es cáncer, los médicos saben lo que hacen y él hace lo imposible por contentar al médico y a su familia. Sin embargo, el enfermo también puede reaccionar negándose a admitir cualquier tipo de tratamiento; la creencia, generalmente compartida, de que el cáncer no tiene solución le impide admitir la posibilidad de tener tal enfermedad y, por tanto, de curarse. Pero también puede ocurrir que el diagnóstico de la enfermedad se represente como pérdida. La enfermedad es una especie de derrota que acaba con todos los planes futuros y, en el caso de que el futuro aún se vislumbre, está claro que ha acabado con las expectativas actuales. Todo está perdido, la salud, la familia, el trabajo, sólo queda la tristeza y la culpa como respuesta emocional. Nada ni nadie puede ayudarme, gime el enfermo. Al pensarlo, comienza a creérselo, adopta una actitud pasiva y, encerrado en sí mismo, espera calladamente la muerte. El desamparo y la desesperanza le ponen en manos de la enfermedad, que es vista como imprevisible e incontrolable. El enfermo considera que no puede hacer nada para mejorar su salud y se resigna pasivamente a que la enfermedad siga su curso. La respuesta de retirada biológica y psicológica limita sus posibilidades de supervivencia. Es evidente que el cáncer es una enfermedad grave que, como otras, puede conducir a la muerte, pero también es cierto que la personalidad del enfermo juega un papel importante en la evolución y desenlace de la misma. Figuras como Carreras, Susan Sontag, Ingrid Bergman o Hussein de Jordania y un largo etcétera nos vienen, en estos momentos, a la memoria; todos ellos lucharon activamente contra el cáncer, unos murieron, otros viven, pero los unos y los otros lograron demostrar que es posible luchar contra el cáncer y que eso aumenta las probabilidades de sobrevivir, junto con la calidad de vida.

Elena Ibáñez es catedrática de Universidad y presidenta de la Sociedad Española de Psicooncología.

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