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Tribuna
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Las bufandas

El fenómeno de moda más asombroso de las últimas décadas es el que está culminando este invierno: un estampado escocés, en bolsos, en paraguas, en forros, en sombreros y, sobre todo, en bufandas sin fin que infectan las ciudades de toda España. La marca que ha diseñado este dibujo, de fondo cámel y rayados en negro, rojo y blanco, ha de ser la primera anonadada por tal fenómeno de seducción. Las prendas con este dibujo se venden en tiendas y grandes almacenes, pero se duplican en imitaciones a 1.000 u 800 pesetas en los tenderetes ambulantes. La formidable adscripción a este tejido, genuino o de imitación, es tan grande que parece actuar como un signo de identificación cuya fuerza estética acaso no se ha visto nunca. De hecho, no se trata tan sólo de exhibir una marca, sino de presentarse provisto de un emblema idéntico, del mismo diseño e igual coloración, lo que sólo alcanza a suceder dentro de las órdenes o las milicias y, antiguamente, entre los devotos que lucían hábitos en señal de pagar alguna promesa a un santo. Más aún: desde que se eliminó el brazalete del luto quizás ningún otro retal ha traspasado más ampliamente a las diversas clases sociales.Señoras y señores, jóvenes y adolescentes salen y entran en las cafeterías, cruzan las calles, esperan en las colas del cine, acuden a las oficinas, toman el metro y, por todas partes, de la mañana a la noche y en crecimiento constante, plagan la ciudad con un distintivo que nadie ha ordenado vestir, pero que se ha propagado no ya con el carácter propio de las modas, sino con la categoría de su máxima metáfora: la epidemia. No es, por tanto, sólo la gripe global y feroz la única que ha marcado el invierno de este año, sino que otra sevicia, incluso mayor, asalta a la población como una grave enfermedad del gusto y de consecuencias imponderables.

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