Residuos
Una de las mayores conquistas de la civilización occidental son los resplandecientes lavabos de los aeropuertos internacionales. Desde las letrinas del ágora ateniense llenas de moscas a pleno sol hasta los inmaculados retretes del aeropuerto de Estocolmo la humanidad ha recorrido un largo camino hacia la incontaminación pero no hacia la felicidad. En las letrinas comunes de Éfeso o de Atenas muchos filósofos, matemáticos y poetas intercambiaban su sabiduría formando corro mientras se aliviaban. La lírica, la geometría y la metafísica fluían en amable conversación y allí alcanzaron las cotas más elevadas de la mente al tiempo que el cuerpo por la parte inferior iba abandonando sus excedentes con toda suavidad. ¿Alguien es capaz de imaginar a un presocrático estreñido? Son términos antitéticos. En cambio en los resplandecientes lavabos de los aeropuertos internacionales se suele dar un espectáculo demoledor para el alma. Uno se está lavando las manos y de pronto oye un rugido estremecedor que proviene del interior de uno de aquellos flamantes retretes. Se trata de alguien que está luchando denodadamente por expulsar de su vientre toda una filosofía de la vida que se ha convertido en un residuo tan duro como una piedra. Los gemidos angustiosos se reproducen en los compartimentos contiguos donde otros humanos están enfrascados en la misma pelea contra sí mismos. Al final suenan las alegres cisternas. El combate ha terminado. Se abre la puerta y uno ve salir a unos elegantes ejecutivos rubios con maletines de Vuitton llenos tal vez de contratos leoninos. El avión parte hacia un país del Tercer Mundo donde los pobres tienen muchos problemas aunque ninguno derivado del estreñimiento, ya que la humanidad se divide en dos: unos que comen demasiado y no pueden sacar del cuerpo lo que les sobra y otros que no pueden comer y silban de placer mientras obran bajo las palmeras. Ahora acaba de fabricarse una píldora que permite adelgazar comiendo puesto que su acción transforma gran parte de la grasa directamente en heces laxantes. Con ello la civilización occidental ha alcanzado el cenit de su gloria: ha convertido al ser humano en una potente máquina excretoria que pasará el mismo tiempo en el lavabo que en la cocina. En los retretes occidentales ya no se oirán estertores de dolor supremo. Los ricos defecarán como los pobres, todos como si fueran Sócrates.
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