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Tribuna
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Desprecio por los símbolos

Santiago Segurola

Uno de los aspectos más desconcertantes del Madrid actual es la incapacidad de sus jugadores para interpretar y valorar los signos del fútbol. Alrededor de este juego existe un entramado de carácter simbólico que siempre conviene respetar. Muchas veces se trata de asuntos más relacionados con la sensibilidad que con cualquier otra cosa. Núñez y Van Gaal lo han comprobado en el Barcelona, donde se produce un rechazo sentimental a la política del equipo sin fronteras que pretende implantar el club. La gente quiere éxitos, pero también desea un respeto por ciertos valores que forman parte del universo futbolístico. Por razones varias, pero principalmente por una voluntad de identificación y de afecto, la hinchada del Barça reclama una cuota de jugadores locales. La expresión de este deseo se produce con tanta frecuencia que el Camp Nou se convierte habitualmente en el escenario de un plebiscito popular. Algo parecido, aunque por diferentes motivos, ocurre en el Bernabéu, donde los aficionados no parecen dispuestos a tolerar más el desprecio de los jugadores por ciertos aspectos sustanciales del fútbol. En su condición de divos, los jugadores interpretan su profesión con una ligereza asombrosa, según una escala de valores encabezada por sus caprichos. Entre sus obligaciones parece que no figura nada que signifique cualquier tipo de carga, de responsabilidad colectiva, de aprecio por las cosas que articulan los vínculos entre el equipo y su gente. A la hinchada del Madrid no le gusta cómo juega su equipo. Lo ha manifestado con alguna tibieza en determinados momentos de la temporada. Pero esa insatisfacción no es comparable con la irritación que produce la actitud de los futbolistas, convertidos en criaturas veleidosas que actúan según principios francamente infantiles. Lejos de encontrar respuestas adultas a los problemas normales de su profesión, varios jugadores del Madrid han dado durante esta temporada un curso de inmadurez vedetista. No sólo eso: han arrastrado al fango al resto de la plantilla, incapaz de sustraerse al poder de los caprichosos.

Sólo desde una equivocadísima lectura de su profesión se puede interpretar la pérdida de estima que ha sufrido el equipo en los últimos tiempos. En menos de un año ha dilapidado el enorme capital simbólico que significó la conquista de la Copa de Europa. Pero qué otra cosa se puede esperar de unos jugadores acostumbrados a desafiar la sensatez. Lo mismo cuando arrojan el brazalete de capitán junto a un poste, cuando se enzarzan en una discusión tontaina y fea en medio de un partido, cuando castigan a los aficionados pretendiendo castigar a la prensa o cuando se atreven a reprochar la actitud de la hinchada soberana, como sucedió el domingo frente al Valladolid. Ellos: ejemplo perfecto de futbolistas caprichosos, desconsiderados y torpes en sus decisiones.

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