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Reportaje:ATLETISMO

Negrero o altruista, pero decisivo

Un alemán controla a los atletas kenianos en Europa, y se lleva el 15% de sus ganancias

La keniana Tegla Lorupe era la principal favorita del pasado maratón de Nueva York, pero tuvo un mal día. La plusmarquista mundial fue derrotada en toda la línea. Sin embargo, es la reina de la modalidad y una de las estrellas de Kenia. Pero no vive allí. Reside en Detmold, ciudad alemana de Westfalia, y es la figura máxima de una comunidad de atletas africanos. No han ido a Alemania por placer: son 19 fondistas de cuatro naciones. Uno de los bungalós lo comparten seis mujeres de Kenia. En la casa de enfrente viven cuatro atletas kenianos y tres mujeres de Europa del Este. En la ladera, ocultos entre los árboles, se alojan otros seis kenianos.

Tegla Lorupe, de 25 años, la estrella de esta peculiar comunidad, nunca llamará hogar a este retirado recinto. Para la plusmarquista mundial de maratón Detmold es el lugar donde hace sus negocios.

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El dinero está en la calle. En Boston o en Berlín, en Chicago o en Londres, toda ciudad que se precie celebra maratones. Lorupe ganó el clásico de Rotterdam, donde batió el récord del mundo. Su compañera de habitación Joyce Chepchumba, de 27 años, ganó poco después en Chicago, mientras que en Colonia sus compañeras Benson Lokorwa y Bernard Boiyo ocuparon el segundo y tercer lugar.. Incluso jóvenes como Pamela Chepchumba, de 19 años, pueden ganar dinero como liebres. Los organizadores les pagan por ello hasta 1.000 dólares (unas 150.000 pesetas) y a los patrocinadores les encanta que aparezcan en la pantalla de televisión hasta que abandonan agotadas tras haber impuesto su fuerte ritmo.

Pero el que después de cada carrera regresen a Westfalia se debe únicamente a un hombre: Volker Wagner, profesor de matemáticas, además de entrenador y agente de atletas africanos.

Wagner, de 49 años, considera que su asesoramiento es una forma privada de ayuda al desarrollo. Quien se instala en Detmold se somete a una especie de paquete de solidaridad. Los veteranos ayudan a los recién llegados. Wagner se lleva un 15% del dinero que ganan sus estrellas en concepto de participación, victoria y publicidad. A los corredores cuyos resultados apenas les alcance para subsistir les presta el dinero para el billete de vuelta a Nairobi. El agente alemán asegura que gracias a su salario como profesor no depende de los ingresos del atletismo. Sin embargo, el diario Berliner Zeitung le tachó de "negrero y amigo de la mafia rusa". Wagner dice que todos los ataques son fruto de la envidia. Mientras tanto, presenta su contabilidad. En la casa de Lorupe se amontonan documentos: contratos, recibos, invitaciones, billetes de avión y una avalancha de hojas que sirven como libros de cuentas, un caos en el que está anotado cada marco que ha cobrado su equipo. El total del año pasado ascendió a un millón de marcos como mínimo (unos 85 millones de pesetas).

Pero la rusa Alla Dudajewa, por ejemplo, solamente ha ganado en ese tiempo alrededor de 5.000 marcos. "¿Qué me puedo llevar de eso?", pregunta Wagner. "Con eso tiene que mantener a su hijo, que vive en Moscú, después de que su marido muriese de tuberculosis".

Mientras Wagner habla de altruismo, hay seis kenianos sentados impasiblemente ante el televisor. Han puesto el vídeo de la victoria de Lorupe en Uster. Delante del mueble de la calefacción, hay un banco para masajes. Del fax salen chirriando nuevas ofertas. Los organizadores de una carrera popular de la noche de San Silvestre buscan nombres atractivos y Wagner escribe a mano la contestación.

La estancia en Alemania implica otras ventajas para los atletas kenianos. Por un lado, en casa estarían expuestos a mayores riesgos de infección: los mosquitos propagan la malaria, los parásitos contaminan el agua. La hermana de Lorupe, Albina, murió repentinamente hace tres años, supuestamente debido al contagio de fiebre tropical. Por otro, el viaje a los campeonatos es ahora más corto y los corredores no tienen que adaptarse a los constantes cambios de clima.

Así y todo, falta por aclarar si Tegla Lorupe, que llegó a Alemania en 1991 con 18 años, habría podido convertirse en una deportista de élite en Kenia. Su padre, que engendró 25 hijos con sus 4 esposas, quería prohibir a su ambiciosa hija que corriese. En la cultura del Este de Africa, correr es cosa de hombres, y el cabeza de familia había previsto para Tegla la vida de ama de casa.

El concepto típico de la distribución de papeles ha impedido durante mucho tiempo los éxitos internacionales. En 1996, en Atlanta, una keniana ganó por primera vez una medalla olímpica: Pauline Konga quedó segunda en los 5.000 metros. Pero la pionera del nuevo movimiento de las mujeres no pudo sacar provecho económico. "Su marido", dice Wagner, "le hizo un hijo enseguida".

Esas ideas no entran en los planes de vida de Tegla Lorupe. También ve su carrera como contribución a la emancipación de las mujeres de su país. "Si una quiere triunfar, tiene que orientar a eso su vida".

Por eso, renuncia a las relaciones sexuales, sobre todo porque un embarazo no deseado perjudicaría su categoría social en la Kenia polígama. "Entonces nadie se casaría conmigo, como mucho podría ser segunda esposa".

Visita su patria -donde trabajaba antes por 50 dólares mensuales como contable en Correos- alrededor de cuatro a cinco veces al año. Como deportista profesional gana alrededor de medio millón de marcos anuales. Deposita el dinero en la cuenta de un banco suizo o compra casas en Kenia.

La mejor maratoniana del mundo parece tan frágil como un niño. Eso no es consecuencia de una dieta, sino de una "condición impecable". Con 1,52 metros de estatura, pesa exactamente 39 kilos, por lo cual las ráfagas de viento fuerte se convierten en el principal problema. Cuanto más ligera sea la deportista, mejor será la llamada relación peso-fuerza. Al mismo tiempo, las corredoras de larga distancia delgadas corren peligro de que su estructura ósea se altere prematuramente.

El caso de Uta Pippig confirma que en el maratón la competencia aumenta con los salarios. La berlinesa dio positivo en abril en un control de dopaje. Se descubrió que la tres veces ganadora de la maratón de Boston tenía un nivel de testosterona muy elevado. Pippig no ha dado ninguna explicación contundente sobre el asunto.

Los conocedores del mundo de las carreras han desarrollado su propia teoría: tras varias lesiones, a la fondista, de 33 años, le costaba cada vez más recuperar su nivel de rendimiento. Para poder entrenar más de lo que el cuerpo soportaba de forma natural, la millonaria fondista recurrió a la farmacia. El que los patrocinadores y los organizadores de las grandes maratones urbanas quieren ver a una Uta Pippig en plena forma lo dejaron claro pagando a la alemana unos honorarios tres veces más elevados que los de sus rivales africanos. Una tendencia que preocupa al agente Wagner. La "situación del mercado" de los atletas africanos en Europa y Estados Unidos es cada vez más difícil. "Simplemente hay demasiada oferta de kenianos".

El dominio se convierte en un problema: por ejemplo, en la semimaratón de Francfort, cinco kenianas acabaron entre las seis primeras. Un organizador de carreras lo explicó hace poco inequívocamente: "No queremos ver solamente negros, queremos un campo multicolor".

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