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La democracia de don Julio

JOSÉ RAMÓN GINER Don Julio de España, el presidente de la Diputación de Alicante es -creo habérselo dicho ya a ustedes en alguna ocasión- un hombre singular, excesivo, de ideas originales y lengua fácil. Uno de esos tipos que agradan a los periodistas porque siempre tienen a mano algún titular para la primera página. El otro día, don Julio de España medió en defensa del alcalde Díaz Alperi y, como era previsible, soltó uno de sus desatinos. A estas alturas, un desatino de don Julio no debiera sorprender a nadie y el asunto no merecería mayor comentario ni gasto de tiempo. Pero, esta vez, la simpleza de don Julio envolvía un trasfondo peligroso y no me parece bien despacharla sin comentársela a ustedes, no vaya a ser que alguien interprete el silencio como un asentimiento a sus palabras. Reprochó el señor de España a la oposición sus ataques al alcalde de Alicante y sostuvo que no debía deteriorarse su imagen acudiendo al pasado empresarial de Díaz Alperi, por cuanto éste fue legitimado en las urnas con una mayoría absoluta. ¡Hombre, don Julio, un poco de seriedad! No es de recibo que, a estas alturas, confunda usted las urnas con el río Jordán. ¿Cree sinceramente que el resultado de unas eleccio-nes pueden hacer buena una conducta empresarial que, en los últimos años, ha discurrido por el borde mismo de la legalidad? Que uno sepa, las urnas no expiden certificados de buena conducta, ni conceden maes-trías. Mucho menos, con carácter retroactivo. Al menos, hasta hoy, porque cualquier día de estos llevan ustedes la ocurrencia al parlamento y la aprueban. Mientras no se demuestre lo contrario, el alcalde Díaz es totalmente responsable de su pasado empresarial. Y no hay urna que pueda eximirle de ello. Eso es lo que han dicho los tribunales. Convendrá usted que a medida que vamos conocien-do el currículo de don Luis Díaz, los alicantinos -y los partidos que les representan- tengamos derecho a preguntarnos si la administración de la ciudad está en las mejores manos. En todo caso, lo extraño es que usted y su partido no estén hacién-dose la misma pregunta. Salvo que conocieran de antemano la biogra-fía del alcalde y callaran, claro está. Pero, el peligro de su afirmación no proviene, ciertamente, de que defienda usted a un compañero de partido. Ni de que reprenda a la oposi-ción por desempeñar su papel. Todo ello entra dentro de lo previsible en el juego de la política y debemos aceptarlo, aunque no nos gusten las formas en que se produce habitualmente. Lo alarmante en sus palabras, lo que las hace temibles, es su intención de confundir la idea de democracia, de pervertirla. Porque usted pretende reducir la democracia a un simple recuento de votos y, a partir de ahí, considerar que el vencedor tiene barra libre y pasa-porte diplomático. Y la democracia no es eso, don Julio. Por mucho que a usted y a algunos miembros de su partido les tiente la idea. La demo-cracia es más compleja y rica de lo que usted pretende y tan delicada que debemos velar por ella cada día, incluso para preservarla de quienes, como usted, pretenden reducirla a una simple cifra. ¡Qué tiempos en que estas cosas tan obvias hay que recordarlas! ¿No le parece?

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