El Athletic gestiona un partido industrial
El Mallorca tardó demasiado en interpretar las exigencias de un césped insufrible
La meteorología es un asunto tan democrático como influyente. Ni la lluvia ni el sol se producen a gusto de todos, y congratulan y perdujican por igual. Ayer tocó lluvia en San Mamés, y todos los elementos que transfiguran este juego se dieron cita sobre un césped ya de por sí deficiente que requirió dos inspeccciones previas del trío arbitral para dar el visto bueno a la disputa. El partido dio comienzo y marcó Urzaiz. Todo un síntoma de la épica anunciada. A vuelta de correo, certificó el Mallorca un contragolpe, letal en circunstancias normales, ingenuo en condiciones tan adversas. Dos formas, dos estilos, con un gol resolutivo de por medio.El partido se definía por lo que ni uno ni otro equipo eran, sino por su capacidad para redefinirse en cada acción, para desprogramar el cerebro y desatender sus indicaciones naturales. Lo racional era el instinto básico y el mejor fútbol se producía a balón parado, una invitación no sólo al remate sino a la desesperación de defensores y guardametas.
ATHLETIC 1
MALLORCA 0Athletic: I. Etxeberria; Felipe, Carlos García, Ferreira, Larrazabal: Javi González (Lacruz, m.67) Urrutia, Alkiza; J. Etxeberria, Urzaiz (Lasa, m. 85) y Ezquerro (Guerrero, m. 67). Mallorca: Roa; Olaizola, Marcelino, Siviero, M. Soler; Lauren, Engonga, Ibagaza (Ariel López, m. 45), Stankovic; Dani y Biagini. Gol: 1-0. M. 5. Urzaiz aprovecha un despeje en corto de Lauren para batir a Roa con un tiro que se cuela entre sus piernas. Árbitro: Bueno Grimal. Amonestó a Dani y Biagini. Unos 30.000 espectadores en San Mamés.
En el barro, el fútbol pierde dos elementos fundamentales: el tacto y la medida y lo accesorio cobra un valor insospechado. El gol rojiblanco significó la reunión de todas las circunstancias: juego aéreo, rechaces imprevisibles, golpeos intratables. Todo circunstancial, todo muy valioso. El Mallorca comenzó a leer el partido a raiz del disgusto. Fue una actitud más posicional que interpretativa. Dio dos pasos adelante, pero seguía queriendo conducir el balón por un prado inundado. Sus mejores hombres (Stankovic, Dani, Biagini) hundían su velocidad y sutileza en el fangal de San Mamés. En el barro, la velocidad se convierte en un asunto menor. Y menores parecían también Ezquerro y Etxeberria, aunque rebuscaban en los confines del área el centro insospechado o el rebote feliz que procurase una ocasión de gol.
Tácticamente, se desenvolvía mejor el Mallorca; meteorológicamente, el Athletic, que apelaba constantemente a Urzaiz eludiendo el dificil tránsito por los costados del campo. El Mallorca, curiosamente, cedía al Athletic un futbolista, Javi González, al que obviaron todos sus rivales. La desaplicación defensiva de Stankovic y la posición excesivamente centrada de Ibagaza le otorgaban una parcela suficiente para haber liderado el juego ofensivo del Athletic. Pero Javi González tampoco discute con el barro. Jamás descodificó el partido para alcanzar su asunto más básico: controlar y asistir a sus compañeros. El Mallorca insistía por los costados, donde encontraba algunas parcelas de poder, gracias a Stankovic y Lauren, para promediar un volúmen aceptable de centros sin resultado. A cambio observaba mayores debilidades de las que le corresponden en defensa. El Mallorca, equipo aseado y sólido, había perdido el equilibrio que le ha hecho líder.
El Athletic crecía en su particular túnel del tiempo, entendiendo el fútbol como un artilugio que consiste en acercar el balón al lado contrario de la manera más rápida posible. El discurso era apropiado y en tales condiciones, necesario. Lo suyo era un futbol colectivista en busca de la cabeza de Urzaiz o las diagonales de Etxeberria al que Roa le puso dos manos esplendorosas en sendos disparos colocados.
El Mallorca cambió el centímetro del juego en la segunda mitad y halló el fútbol apropiado: un juego a base de diagonales que evidenciaron la indisposición defensiva del Athletic. La libertad mal utilizada de Javi González la tradujo Stankovic en una exhibición de fútbol sobre la cal. La movilidad de Dani y Biagini, con la complicidad de Imanol Etxeberria -inseguro- hacían el resto. El tono épico se acrecentó a medida del minutaje. Flaquezas físicas, pesadez progresiva del campo y las chirigotas habituales que tienen a bien proporcionar un terreno de juego precario dominaban un partido tan visceral como indefinible. Se jugaba a lo que se podía, aunque, tras el descanso, podía más el Mallorca que incluso amagó un par de goles en sendas indecisiones de Etxeberria, una traducida en gol anulado por la posición indebida de Dani.
La épica destiló el natural espíritu agonístico de los partidos viscerales. El Athletic, agotado en ideas y fortaleza, se retrasó y el Mallorca le encerró sometiéndole a una presión tan persietente que acabó por destrozarle el aparato nervisoso. Por vez primera el Athletic apelaba a su instrinto más conservador y Luis Fernández cambió el traje habitual: por vez primera retiraba delanteros para insertar defensas. El agujereo constante del Mallorca anunciaba derribo. Primero reforzó el costado derecho con Lacruz; luego, el izquierdo con Lasa y por el medio introdujo a Julen Guerrero que no fue capaz de entender las condiciones del terreno. Ya no estaba para ruidos, sólo para resistir encomiendas como las de un equipo que había decidido olvidar su libretro habitual y apelar a condiciones más esenciales. El retraso de Biagini sembró el pánico en la defensa rojiblanca donde resistía Ferreira, apelando a la experiencia, y flaqueba la juventud o agotada o indispuesta.
Las urgencias cuciaban más al Athletic y Luis Fernández decidió reducirlas a cuestiones de enseñanza general básica: control y "patapumpalante", una consigna que sólo Alkiza trataba de soliviantar con algunos detalles de inteligencia para retener el balón y administrarlo con más soltura. Al final, el ejercicio resultó tan espectacular como inutil. Urzaiz había marcado al minuto 5 en el primer balón que cazó como una mosca. El resto fue una invitación al romanticismo...sin románticos (que sí esforzados futbolistas) en el campo.
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