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Odio

El odio, puesto que constituye una pasión esencial del ser, no se cura. Pero se puede matizar, domesticar y sujetándolo, dejar paso a la palabra. La palabra mediadora que abre la posibilidad de establecer pactos entre los humanos. El gran logro de la humanidad ha sido la conquista de la palabra que nos separa de la violencia que anidamos en nuestro corazón. Los hombres violentos que odian mucho, hablan poco. Callan y actúan. Y cuando dicen algo como "no lo volveré a hacer más", mienten. Quizá no a sabiendas, pero mienten. No consiguen detenerse si no es a la fuerza. Es esta verdad la que deben recordar, responsablemente, las mujeres que regresan a casa después de una o varias series de palizas, como si creyesen que sólo con desearlo es posible que las cosas cambien. Ellos odian y guardan silencio, ellas gritan, denuncian pero ¿de qué les sirve hablar? Ellas se defienden huyendo pero con frecuencia regresan a su particular infierno, como ha sucedido con Lila Nasseri. Siempre aparecen causas de fuerza mayor que las conducen a la muerte: hijos, falta de trabajo, soledad y miedo. Maltratar a una mujer es muy fácil, tan fácil como hacerlo con un niño. Y maltratar se puede de muchas maneras. Los hombres saben cómo hacerlo porque a la mayoría no les produce vergüenza alejarse de la civilidad, del pacto, ni se inquietan por esa incapacidad que les impide ponerse alguna vez en el lugar del otro. Utilizan el dinero como instrumento de poder, el insulto, el griterío amedrentador, los encuentros sexuales como espacio de dominio. Y la paliza como la firma del poderoso. Fiscalizar los gastos domésticos o incluso la cesta de la compra de la esposa hasta la extenuación, es maltrato. Lo observo con frecuencia y a nadie se le ocurre que ello pueda calificarse de tal. Insultar a la compañera es maltrato pero casi todos consideramos que una palabra más fuerte o más alta que otra no va a ninguna parte. Fallarle sistemáticamente en la cama a la señora y no interrogarse por la ausencia del deseo femenino, es maltrato, además de mezquindad, pero ni siquiera las mujeres más concienciadas son capaces de reconocer en ello un abuso flagrante. Es más, los que son menos sensibles a la satisfacción de su partenaire son los que más se quejan de la frialdad de sus parejas. Instalados en ese mundo de precedentes no resulta tan extraño saltar de un estadio de violencia al otro, por eso ahora se mata tan fácilmente. La sociedad y las mujeres en su conjunto hemos tolerado tanto que es muy fácil penetrar por las fisuras que hemos ido abriendo en nuestra contra. Creímos que la ley estaba de nuestra parte y que habíamos alcanzado amplias cuotas de bienestar sólo porque la legislación así parecía sostenerlo, pero es mentira. Desde que comenzamos a utilizar nuestra libertad, ese derecho se ha vuelto en contra de las menos favorecidas. Ahora leo que, después del último asesinato cometido por un hombre que probablemente sólo se entregara porque no sabía qué hacer deambulando por Madrid con su hija de cuatro meses hambrienta, el Poder Judicial solicita más terapia y menos cárcel para los autores de malos tratos. Terapia, bien, puesto que sanos no son. Pero todo el mundo sabe que aún estando en terapia, uno puede seguir odiando hasta el punto de no poderse controlar. Por ello no creo que sea buena idea excluir el castigo en favor de la terapia porque sería como declarar incompetente al agresor o al asesino. Un iluso que tiene malas maneras que pueden ser corregidas con el adecuado tratamiento. Todos odiamos, todos nos irritamos, pero no todos llevamos nuestro malestar esencial al cuerpo de otro. El odio de un hombre que acuchilla a su mujer no sólo necesita la matización de una cura. Necesita el límite del castigo. Porque si no estaremos haciendo con ellos eso que hacen tantas mujeres, cerrar los ojos a la verdad y regresar deseando que todo haya cambiado para encontrarnos de nuevo con la muerte. Cuando un ser humano no consigue comportarse como un ser social sometiendo su odio a la mediación de la palabra, simplemente no se le puede dejar suelto en ningún sentido del término.

Carmen Botello es periodista.

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