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Que hablen los científicos

Carlos Arribas

Los datos son irrebatibles, pero las interpretaciones, no. La primera encuesta mínimamente seria sobre la mortalidad de los deportistas de alto nivel que existía hasta el momento hablaba de que su esperanza de vida estaba por encima de la media de la población general. La que hoy publicamos del Nouvel Observateur, referida exclusivamente a ciclistas franceses participantes en el Tour, parece llevarle la contraria. Viene a reflejar una mortalidad por accidentes cardiacos entre los corredores que han disputado la carrera francesa muy superior a la de la media de la población, pero sólo en lo que podríamos llamar la edad moderna del ciclismo, a partir de los años 60. Para algunos, la época en que el dopaje pasó de la era artesana a ser un arma generalizada entre los que querían sobrevivir en el deporte más duro. Tom Simpson, se recuerda, murió en 1967 cargado de anfetaminas y coñac. Pero también, que no se olvide, es la era en que llegó la televisión en directo, en que comenzaron con fuerza los patrocinios comerciales a los equipos, en que el deporte empezó a ser sinónimo de espectáculo de masas. En los años 70 no era infrecuente el ciclista que sumaba más de 200 días de competición al año. Fue el tiempo en que los entrenamientos y la competición se seguían sin ningún control médico y en que el masajista era la máxima autoridad a la hora de recomendar la mejor ayuda.Los ciclistas de la última época, la llamaremos post moderna, aún son demasiados jóvenes como para ser protagonistas de una encuesta de mortandad. Son, sin embargo, el objetivo de una campaña moralizante. Se trata del dopaje científico. Que se prohiba la química, que se persiga como al demonio, exigen. Olvidan, sin embargo, que nunca han estado los deportistas igual de protegidos y cuidados como ahora en que la figura del médico especialista del ejercicio se ha generalizado. Son los científicos del deporte, los que mejor conocen el organismo humano sometido a las sobrehumanas leyes de la búsqueda del más lejos. Son elloslos que deben empezar a hablar alto para que se les entienda. Son ellos los que tienen que explicar por qué a veces puede ser mejor una dosis de EPO que dejar a un corredor terminar una etapa anémico o exhausto. Y si se renuncia a ellos, empecemos también a renunciar al deporte espectáculo. O lo que sea.

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Cuando el deporte mata

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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