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El hombre educado

Víctor Fernández triunfa en el Celta con un carácter inhabitual en el mundo del fútbol

No grita, no recurre al lenguaje cuartelero y sus frases llevan siempre sujeto, verbo y predicado. Todo lo más, Víctor Fernández, el entrenador del Celta, silba, pero se adentra en la selva del fútbol sin látigo ni mano dura, con el diálogo y sus firmes convicciones en el fútbol bien jugado como únicas armas para imponerse. Es educado y culto -licenciado en Filosofía y Letras-, ese tipo de cualidades que tanto incomodan alrededor del balón, que ponen bajo sospecha a algunos entrenadores modernos, a los que se cataloga peyorativamente de blandos, a los que se supone incapaces de domesticar vestuarios.Pero así, desde el respeto y las buenas formas, tolerando en ocasiones actuaciones individuales que rozan los límites de la disciplina colectiva, ha manejado con éxito a futbolistas de carácter imposible, como Esnáider o, ahora, Mostovoi. También ha fracasado en otros casos, sobre todo en su primera etapa, cuando su edad -llegó a dirigir a jugadores mayores que él; ahora tiene 37 años-, jugaba descaradamente en su contra: cuentan que en un partido con el Zaragoza quiso cambiar al argentino Rambert, que éste se negó y que finalmente la sustitución no se produjo. Le falta carácter, sentenciaron.

Sin embargo, buscando la complicidad de los subordinados, nunca su sumisión, Víctor Fernández ha sabido triunfar. Primero en el Zaragoza, donde estuvo siete temporadas y conquistó una Recopa y una Copa del Rey, y ahora en el Celta, equipo en el que tan sólo con 11 partidos oficiliales disputados ya ha hecho historia: es el tercero en la Liga, invicto, y ha pasado dos rondas de la Copa de la UEFA (en la última, eliminando al potente Aston Villa inglés).

Siempre ha entendido el fútbol Víctor Fernández como un arte, como un juego de técnica y precisión, como una fiesta para la vista. Una sensibilidad que heredó del Ajax, de la Holanda de Cruyff y de Brasil, y que no negocia jamás: "La necesidad aprieta mucho y resulta tentador buscar caminos más prácticos y directos en busca del resultado, pero como no hay una fórmula mágica e infalible, me quedo con la que me exita, que es rendir un culto especial a la pelota".

Su discurso, comentan algunos futbolistas que han estado a sus órdenes, huele demasiado a teoría, a escuela de entrenadores. Que dice las cosas, pero no las siente, como si fuera un discurso aprendido. Una sensación que suelen transmitir los técnicos sin pasado como futbolista.

Y Víctor Fernández no lo tiene. Fue un centrocampista organizador, de los de pensar y correr poco, que no pasó de Tercera. Se jubiló pronto. Por eso tuvo que iniciarse en el oficio desde abajo. Y desde ahí, en las categorías inferiores de un equipo de barrio -el Casablanca, uno de los pocos que discutían la hegemonía de los filiales del Zaragoza en Aragón-, se fue labrando un nombre. El Zaragoza, para librarse de tan molesto competidor, decidió incorporarle al cuerpo técnico del primer equipo.

Cuando le llegó la hora del primer equipo, pese a los 30 años que tan sólo enseñaba su carné de identidad, lo hizo con la mayor naturalidad, sin renunciar a su estilo ni a sus gustos. Sucedió a Antic, de quien fue ayudante, pero no pertenece a su escuela. En realidad, Víctor Fernández sostiene que no pertenece a ninguna. Que ha visto mucho fútbol y que se ha quedado con conceptos de entrenadores muy diferentes: de Boskov, de Beenhakker, de Sacchi, de Cruyff, de Valdano y hasta de Clemente ("su personalidad, su carácter y su estar siempre al lado de los jugadores").

Siete años consecutivos sobrevivió en el Zaragoza, todo un logro en un deporte y una época en que los clubes devoraban entrenadores a una velocidad frenética. Víctor Fernández llegó a ser durante varios meses el técnico más longevo de Primera. Cuando dejó La Romareda, hace dos temporadas, se dedicó a ver fútbol y comentar partidos para las televisiones, hasta que le llegó la oferta del Tenerife, una espina de la que no consigue olvidarse: "Fue traumático, humillante, no me dieron tiempo ni a fracasar". Estuvo dos meses en el cargo: 11 puntos en 10 jornadas y le despidieron.

El pasado verano el Celta le dio una nueva oportunidad. Llegó a un equipo bien armado, pero construido a partir de una idea más física que estética. Pese a las diferencias de estilo entre su fútbol y el que predica su antecesor, Irureta, como el Celta venía de hacer una gran temporada, entró con afán continuista. Y ha sido poco a poco, no de golpe, como ha ido incorporando sus matices. Los de posición (Mazinho como único pivote, un centro del campo en rombo, dos delanteros) y los de estilo (la pelota siempre jugada y las llegadas masivas de la gente de atrás).

Dicen los que aún desconfían de él que sufre para revertir las situaciones cuando vienen mal dadas. Víctor, en realidad, no lo ha desmentido ni confirmado. Hasta ahora se las ha apañado para que casi siempre le vengan bien dadas. Y con el viento a favor sí demuestra manejarse como nadie.

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